Wednesday, September 08, 2010

JULIO DE 2010

Entrevista con John H. Elliot
por Christopher Domínguez Michael

El estudio de Sir John Huxtable Elliott está presidido por uno de los retratos que Diego Velázquez le hiciera al conde-duque de Olivares, el famoso valido del rey Felipe IV. Ese es el único detalle que llama la atención a quien entra en la cálida y bien ordenada habitación donde trabaja, en Oxford, uno de los profesores más distinguidos del Reino Unido. Hemos venido a entrevistarlo, el cineasta Nicolás Echevarría y yo, sobre la historia del Nuevo Mundo pues a la hora del Bicentenario de lo que Elliott quizá preferiría llamar la desintegración del imperio español en América es imposible no contar con él. (sigue)

Saturday, August 21, 2010

Revista Ñ-Clarín, 21 de agosto de 2010
Carlo Ginzburg: "Yo no escribo verdad entre comillas"
¿Son posibles las historias nacionales en una era global? ¿Cómo se relaciona la novela con lo real? ¿Afectan los medios de comunicación la tarea del historiador? En este diálogo, las opiniones del autor de "El hilo y las huellas", recién publicado.
Por: Héctor Pavón
LA REUNION DE LAS BRUJAS. (1607), de Frans Francken, el Joven. "La historiografía no debe domesticar la realidad, debe ayudarnos a reencontrar el shock", dice Guinszburg.

Es domingo al mediodía en Bologna; amanece en Buenos Aires... Carlo Ginzburg, el historiador italiano sinónimo de microhistoria, escucha y rescatista de voces subalternas, investigador de brujas, chamanes, molineros, cuenta por teléfono que todavía espera vivir su mejor época. Ginzburg es un viejo conocido de algunas aulas de la universidad de Buenos Aires. En la carrera de historia fue difundido por José Emilio Burucúa y en Ciencias Sociales por Aníbal Ford.

Aquí se acaba de publicar El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio (FCE), libro al cual se refiere en esta charla. Se trata de un texto donde circulan inquisidores, caníbales, seres olvidados por la Historia; también habla a través de Montaigne, Voltaire, Stendhal, Auerbach, Kracauer. La historia y sus versiones reales, falsas y ficticias lo mantienen en vilo. "Los historiadores (y, de un modo distinto, los poetas) hacen por oficio algo propio de la vida de todos: desenredar el entramado de lo verdadero, lo falso y lo ficticio que es la urdimbre de nuestro estar en el mundo", escribió. De todo ello habla en esta entrevista.

-En su libro, usted se refiere al "descubrimiento" del Medioevo, de los chamanes, por ejemplo. ¿Usa esa palabra en sentido irónico?

-Se mezclan. En el descubrimiento hay un fuerte elemento de construcción intelectual; no sale de la nada. Trato de reconstruir el horizonte cultural en el cual se produce este descubrimiento. En ese sentido, no hablaría de uso irónico del término. Sin embargo, no es que los chamanes están ahí y los europeos los descubren; es un camino muy dificultoso, tortuoso y los preconceptos, las expectativas, las ideologías, los deseos, los miedos de quien descubre entran a formar parte del descubrimiento.

-Hay un pasaje muy curioso sobre la trascendencia del tabaco en el momento de la Conquista española. ¿Qué nos está diciendo ese detalle histórico?

-Me divertí mucho cuando encontré esa cita. La descripción del gesto de fumar el tabaco parece algo extrañísimo y también desagradable. Y probablemente en mi reacción también entró el sentimiento del ex fumador que soy. Me fascina la idea de poder tomar distancia de lo que nos parece cotidiano, normal, de lo que damos por descontado. Creo que el deber del historiador es justamente crear esa distancia y también un estupor; reencontrar el estupor de algo que se introdujo en la vida de todos los días. Creo que vale para la historiografía en general. Es decir, la historiografía no debe domesticar la realidad, debe, en todo caso, ayudarnos a reencontrar el shock con respecto a la realidad, a lo que tiene de espantoso y también simplemente de rutinario. O sea, recuperar la frescura de la impresión.

-¿Por qué cuando se habla de realidad o verdad muchos optan por escribir estas palabras entre comillas?

-Yo no las escribo entre comillas. Ese es el gesto de la academia norteamericana. Una vez, en Yale, dije que usaba la palabra verdad sin quotation marks. Entonces, el público se echó a reír. A mí me parecía obvio, en el sentido de que no es que yo proponga una versión ingenua de verdad. No lo creo en absoluto. Me peleo por las fuentes contra los positivistas ingenuos y los escépticos. Me parece que el escéptico es un ingenuo o falso ingenuo. Pero la realidad existe y la realidad de la muerte existe también para quienes la niegan.

-¿Qué papel le otorga a la televisión en la construcción de la verdad?

-Le confieso una cosa: yo detesto la televisión y nunca tuve un televisor. Creo que es un instrumento potentísimo y que contribuye a construir verdad, falsedad, una mezcla de ambas, no hay duda. Como también lo hicieron el cine, las novelas, los libros y lo siguen haciendo. Pero no creo que se pueda aislar el rol de la televisión. Creo que sí, que es un instrumento muy potente, que tiene una facultad hipnótica muy fuerte. Después habría que discutir caso por caso. Yo, incluso por el país en que vivo, veo, sobre todo, los riesgos políticos de la televisión y con mayor razón, del monopolio televisivo.

-¿Entre los historiadores, es común llegar a un consenso para acordar una idea, un concepto?

-Los historiadores realizan su trabajo de una manera similar a cualquier científico. Yo vacilo, no hablo de la historia como ciencia. Pero, ¿cómo se llegó al consenso de que la Tierra es redonda y no plana? Es posible que haya alguien, alguna secta, que sostenga que la Tierra es plana; es una negación de ese consenso; ahora, yo creo que ese consenso no se logró con la fuerza y podemos hablar de consenso aunque haya algunas minorías desdeñables del punto de vista cualitativo y también cuantitativo respecto de esa idea que sostienen que la Tierra es plana. Naturalmente hay otro montón de cosas en que el consenso es mucho más difícil de alcanzar. Y lo mismo pasa con la historia. Pero si alguien sostiene que Napoleón no existió, entra a formar parte de una minoría y el problema entonces es quién tiene la prueba.

-Allí, el documento adquiere una importancia clave.

-Si no tuviéramos huellas de que un individuo llamado Napoleón existió, Napoleón sería un puro nombre. Hay documentos, en el caso de Napoleón, pero también en el caso de infinidad de eventos, fenómenos. No es que nosotros vayamos a controlar los documentos para probarlo. Si alguien me dice: pero el Imperio Romano nunca existió, yo no le digo, andá a controlar los documentos. Pero naturalmente la posibilidad de control existe. En otros casos no, por ejemplo, en el caso de la hipótesis de que la Tierra es plana, no existe.

-Usted cita a Jean Chapelain que analiza la novela medieval "Lancelot". ¿Cuándo la novela se convierte en un instrumento de trabajo del historiador?

-Ese testimonio de Chapelain es particularmente interesante. En un sentido, es el más antiguo, aunque yo cito a muchos anticuarios franceses que usaron novelas medievales para documentar determinados usos jurídicos. Pero la primera discusión analítica, hasta donde yo sé, sobre la posibilidad de usar las novelas históricas es ésa: París 1646. Para mí no es un problema de encontrar la primera, se trata de comprender cómo eso fue posible, que es lo que trato de hacer en mi ensayo. Y también tratar de entender por qué este tema nos toca tan de cerca hoy. Yo polemizo contra quienes sostienen que no existe la posibilidad de distinguir entre verdad y ficción, pero yo digo que hay entrelazamientos: la verdad aprende de la ficción, la historia de la novela, la novela de la historia. Ese entrelazamiento es lo que a mí me importa construir.

-¿El estudiante de historia debe leer novelas? ¿Lo recomienda?

-Hace unos 30 años mi amigo Adriano Sofri, me dijo a quemarropa: "¿Pero vos, qué pensás estudiar?" "Quiero estudiar la Historia", le dije. "Leé muchas novelas", me aconsejó. Y diría que en la actualidad sería más cauto, no porque no crea que las novelas sean útiles. Sigo pensándolo, pero no quiero enrolarme en el ejército de quienes piensan que entre historia y novela no hay ninguna distinción rigurosa. Yo creo que hay algo muy importante que se llama imaginación moral que es algo que nos permite ponernos provisoriamente en el lugar de otra persona. Viva o muerta. De manera muy imperfecta. No se trata de empatía. Intentemos hacer un esfuerzo y veamos qué pasa. Entonces, las novelas nos familiarizan, nos obligan a ese ejercicio continuamente. Si leemos a Stendhal nos encontramos en el lugar de Fabrizio del Dongo o de la Sanseverina, ¿por qué no? Es un esfuerzo por huir de la prisión del propio yo que hacemos provisoriamente para luego volver.

-¿Existe todavía la idea de una historia nacional? ¿Es posible trabajar este género hoy?

-Es posible, pero creo que tiene que haber un elemento de comparación si no explícito, implícito. La globalización ha hecho que esto sea urgente. No es pensable escribir una historia de Italia, o de la Argentina, como si fueran países aislados del resto del mundo, del contexto. Sería absurdo. Un elemento de comparación puede ser explícito o implícito, pero debe estar presente necesariamente.

-En "El queso y los gusanos", usted reconstruye la cosmogonía de Menocchio, un molinero juzgado por la Inquisición en 1583 y 1599 capaz de elaborar nuevas teorías sobre la Creación. ¿Cómo encontró esa historia?

-Por casualidad, aunque una casualidad guiada por una clasificación sistemática. Yo estaba en Udine en los primeros años de los sesenta y estaba trabajando en mi primer libro: I benandanti. Entonces, yo tenía un índice manuscrito de los procesos de la Inquisición friulana y encontré dos notas sobre dos procesos contra ese campesino que creía que el mundo nacía de la materia putrefacta y recuerdo que tomé un apunte. Y recién siete años más tarde empecé a elaborarlo. Recordaba que existía ese caso y finalmente leí esos procesos y escribí el libro.

-En "El juez y el historiador" analizó el caso de Adriano Sofri, encarcelado por terrorismo cuando muchos clamaban su inocencia. ¿Cuál fue la función de ese libro, en ese momento y hoy, 17 años después?

-Fue muy leído, discutido, traducido a muchos idiomas pero desde el punto de vista práctico no tuvo ningún efecto, para mi dolor, porque era un libro que nacía justamente de una postura práctica. Es un libro que fue leído de una manera impredecible y también las traducciones. Incluso como un libro no ligado a un caso político específico italiano, sino que tiene elementos de generalización, quizá también relacionado con ese entrecruzamiento entre análisis y documento, prospectiva metodológica. Algo que hizo posible una lectura inesperada de este libro en Europa fue la apertura de los archivos vinculada a la caída de los regímenes socialistas. El uso de los archivos judiciales no sólo a los fines de investigación sino de arma política, chantaje, todo tipo de cosas, provocó que los historiadores fueran inducidos a reflexionar, incluso, sobre la relación entre juez e historiador que yo proponía en el título. Mi libro fue utilizado en esas discusiones.

-¿Cómo cambió el papel del historiador con la participación en los medios de comunicación?

-Es un poco difícil responder. Creo que desde siempre ha habido un lugar para la divulgación histórica y que puede darse de muchas formas. El problema es distinguir entre la divulgación buena y la mala. En general, hay un retraso entre la investigación más nueva y la divulgación. Es un retraso normal. Son dos procesos distintos y también dos públicos distintos. Es algo que va contra una costumbre corriente, y al decirlo me remito a una observación de Marc Bloch: la presentación de una investigación junto con los resultados puede interesar incluso a las personas que son ajenas a los trabajos, siempre que sea hecha de una manera no paternalista y no arrogante, siempre y cuando involucre el mecanismo de la búsqueda de la verdad sin comillas.

-¿Qué importancia tiene para usted el futuro, cómo se imagina a sí mismo, a su país? ¿Cree que la gente piensa en el futuro?

-Mire, mis expectativas de futuro están limitadas por mi edad. El individuo desaparece pero las generaciones se suceden, lo nuevo es la fragilidad del planeta. Que no se mide en términos de años, o de décadas, y esperemos que sí de siglos. Pero ese dato entra en la percepción de esa fragilidad. Eso es algo importante, ése es un hecho nuevo. Hace poco leía escritos de alguien a quien estuve muy ligado, un político e historiador italiano que era Vittorio Foa y decía, sobre todo en la última etapa de su vida (falleció en 2008 a los 98 años), que había que encontrar el futuro en el presente. Un discurso de político. Pero tiene algo de verdad, debemos comprender lo nuevo que toma forma y eso ya es algo que se vuelca al futuro. ¿No?

Sunday, May 16, 2010

Revista Ñ
domingo 16 de mayo del 2010





¿Cuáles son los riesgos del uso abusivo de las llamadas "políticas de la memoria"? Este es uno de los temas sobre los que reflexiona el prestigioso crítico alemán, a poco de presentar su nuevo libro en la Argentina.

Por: SANTIAGO BARDOTTI

En el libro de los visitantes ilustres y asiduos a nuestro país debe incluirse al crítico cultural y literario Andreas Huyssen. Siendo muy joven publicó un libro que hizo época (Después de la gran división) que se hizo esencial para todos aquellos deseosos de no empantanarse en el famoso debate modernidad/posmodernidad. En una antología de gran circulación realizada por el recordado Nicolas Casullo aparecía uno de los capítulos, "Guía del posmodernismo", donde se desplegaba toda su vocación de dedicado cartógrafo. En los años noventa se interesó por la política de la memoria en la Argentina pos dictadura; es que siendo alemán, cuenta a Ñ vía correo electrónico, no podía desatender la problemática de cómo lidiar con el pasado.

Por haber realizado toda su carrera en los Estados Unidos se pudo situar como un privilegiado observador externo; tanto respecto de las políticas de la memoria en su país de origen como respecto a la vida cultural norteamericana. Allí están algunas de las claves de su importante obra ensayística. El próximo lunes a las 19 horas, presentará en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), su nuevo libro Modernismo después de la posmodernidad; los lazos con la Argentina siguen presentes; por un lado, la problemática de la memoria sigue siendo central, por otro, después de la presentación charlará con el artista plástico Guillermo Kuitka, sobre cuya obra versa uno de los artículos.

Veinticinco años después de la publicación de "Después de la gran división", ¿qué quedó del debate modernidad-posmodernidad? ¿Qué dicotomías que parecían ser acerca de causas últimas se mostraron circunstanciales?

La oposición radical entre la modernidad y la posmodernidad, con su desprecio de la modernidad junto con el modernismo, sostenida en aquel momento, especialmente en los EE.UU., resultó en una muy frecuente y acrítica aceptación de lo posmoderno. Lo posmoderno fue también equivocadamente identificado con el posestructuralismo que llegó a ser muy influyente en los EE.UU. desde los años setenta. Esta equivalencia estaba histórica y políticamente desencaminada como en primer lugar argumenté en mi libro Después de la gran división. El debate de Habermas/Lyotard al comienzo de los años ochenta, central para esta discusión, fue en especial un impedimento intelectual. La teoría crítica alemana y el posestructuralismo francés están, intelectual e incluso políticamente, mucho más cerca de cada uno de lo que la oposición radical entre modernidad y posmodernidad, tal como fue construida en EE.UU., parece sugerir. Había en efecto algo provinciano o geográficamente limitante acerca de este debate norteamericano, pero tuvo muchos efectos generativos y estimulantes en relación con desarrollos culturales en EE.UU. Las preguntas que hizo surgir acerca de la relación entre la cultura de masas y el arte elevado, el rol de los medios de comunicación, las políticas de la subjetividad, género y sexualidad resonaban en todas partes y están todavía presentes entre nosotros. En muchos sentidos, el libro es parte de su época. Aún así todavía creo que había encontrado algo cuando argumentaba que el posestructuralismo (perdonando este término tan general y homogeneizador) tenía más que ver con una arqueología del modernismo y la modernidad que con una alegada ruptura posmoderna con el pasado. Y todavía creo también que no estaba equivocado cuando argumentaba que el posmodernismo podía entenderse como una adaptación y transformación propiamente norteamericana de un avant-garde de principios del siglo XX, hecho necesario por la rancia ideología del alto modernismo como parte de una Guerra Fría cultural. Hoy en día esta problemática nos conduce más allá de ambos lados del Atlántico Norte hacia otras geografías del modernismo y el avant-garde en Latinoamérica, India, China, África y el Caribe, ninguno de los cuales era central o incluso conocido durante los debates del posmodernismo en los años ochenta.

¿En qué medida los ensayos de su último libro continúan, profundizan o contradicen los argumentos de aquel libro?

Conceptualmente, el debate sobre el posmodernismo en los EE.UU. privilegiaba el espacio sobre el tiempo. Esto tenía sentido dada la importancia de la arquitectura para las definiciones tempranas de lo posmoderno pero estuvo equivocado al identificar simplemente al modernismo con la categoría del tiempo y al posmodernismo con la categoría del espacio como tan frecuentemente ocurrió. Argumenté en cambio que el posmodernismo mismo vivía de las memorias del temprano avant-garde europeo que había sido largamente ignorado en los EE.UU. hasta los años sesenta. Por eso, mi trabajo posterior sobre las políticas de la memoria, que ya estaba presente en varios de los ensayos de Después de la gran división floreció a partir de mi compromiso con el debate acerca del posmodernismo más que contradiciéndolo. Esto es verdad tanto para mi libro En busca del futuro perdido como para el presente Modernismo después de la posmodernidad. El foco, por supuesto, ya no fue el mismo. De todas maneras, hoy en día el debate acerca de posmodernismo es él mismo historia.

¿Cuáles son los lazos entre este culto de la memoria actual y la modernidad?

La modernidad de los siglos XIX y XX en Occidente estuvo energizada por la imaginación de otros futuros. Evidentemente aquellas exuberantes promesas utópicas fueron rotas. En un registro amplio, leo el boom contemporáneo de la memoria, que trata sobre mucho más que sólo el trauma histórico, como una reacción a esta pérdida de futuros utópicos.

¿Por qué se interesó por el caso argentino?

Fue mi trabajo sobre la memoria del Holocausto en Alemania y posteriormente en un contexto internacional lo que primero me trajo a la Argentina en los años noventa. Sin mi implicación en el tema de la política de la memoria en la Argentina pos dictadura no hubiera podido formular mis argumentos sobre la transnacionalización del discurso del trauma y los desplazamientos de la memoria del Holocausto en otras situaciones históricas no relacionadas.

¿Cuál es la peor dificultad derivada de un uso abusivo de políticas llamadas de la memoria?

Hay varios peligros: el primero es que la memoria simplemente reemplace u olvide la justicia. Sin embargo, en algunas situaciones políticas determinadas, la justicia puede ser difícil de conseguir para una total satisfacción de las partes perjudicadas. En ese caso el discurso de la memoria puede todavía funcionar como un sustituto con importantes efectos sociales. Se ha dicho que los monumentos y las disculpas son rituales abortivos. Pero peor que tener una memoria ritual es no tener memoria. Otro peligro es que una política de la memoria degenere en "victimología" y una competencia por la memoria entre distintos grupos. Un tercer peligro es que el reclamo acerca de que las políticas de la memoria puedan ser abusivas solamente sirva para la causa del olvido. En ese caso el reclamo sobre los abusos de la memoria es, él mismo, un abuso.

¿Y cuáles son las dificultades del uso extendido del Holocausto como tropo universal del trauma histórico?

Los casos de historias traumáticas no son nunca iguales; así y todo las comparaciones son necesarias siempre y cuando no se afirme la identidad. Son necesarias las comparaciones para fortalecer los derechos humanos alrededor del mundo. Es sólo desde 1989 que el Holocausto ha funcionado productivamente como prisma para sensibilizar a la opinión pública respecto al terror de Estado en América Latina, la depuración étnica en los Balcanes o el genocidio en Ruanda. La comparación con el Holocausto le dio dramatismo a casos específicos; pero usualmente la comparación sólo consistió en el uso de una cierta retórica, tropos estándares, imágenes y referencias a precedentes legales. Por supuesto el uso extendido del Holocausto como un tropo universal está basado en la Convención sobre el Genocidio y la Declaración de los Derechos Humanos de 1948. Problemático es que en la jerarquía del sufrimiento, el Holocausto ahora ocupa la posición más elevada, en especial cuando se alega su unicidad y su imposibilidad de comparación, de manera frecuente para apoyar intereses políticos específicos. Tales alegatos de unicidad han llevado a una política de resentimiento por parte de otros grupos, en especial en los debates pos coloniales. Es interesante notar que una competición por la memoria de tal clase no existió en el período inmediato después de la Segunda Guerra Mundial; el verdadero período de descolonización (por ejemplo en la obra de W.E. Dubois, Hannah Arendt, Aimé Césaire) cuando la destrucción de la comunidad judía europea fue relacionada con las prácticas coloniales e imperiales en África o en el Caribe. Puede ser útil recuperar esta historia para superar la insidiosa jerarquización del sufrimiento.

A pesar de ese exceso de teorización y debate sobre la memoria que Ud. señala, ¿qué líneas generales de argumentación le parecen las más interesantes? ¿qué preguntas no han sido formuladas y cuáles quedan por responder?

Lo que más me interesa en este punto es establecer relaciones más cercanas entre el discurso de la memoria y los debates acerca de los derechos humanos; dos campos de investigación que han permanecido demasiado separados uno del otro a pesar de que la ligazón es obvia en el mundo real de juicios y comisiones por la verdad. Conectando las políticas de la memoria con las políticas de los derechos humanos, ambos con sus puntos fuertes y débiles, podríamos ir más allá del callejón sin salida de los estudios sobre la memoria que en soledad no producen en definitiva demasiada ganancia cognitiva.

La gran división a la que aludía el título de su libro era aquella del arte elevado y la cultura popular. ¿Es posible una crítica estética de la cultura popular que respete su especificidad?

Por supuesto. Hay categorías de juicio que pueden ser aplicadas tanto a la cultura popular como al arte elevado –criterios estéticos y formales, criterios morales y políticos–. Existen series de TV ambiciosas y de gran calidad (por ejemplo The Wire y algunas otras del canal HBO en EE.UU.) y existe muchísimo arte elevado de mala factura. ¿Necesito nombrar a alguien? Todo el mundo tendrá su favorito. Por supuesto la gente estará en desacuerdo en sus juicios.

La crítica puntual de una obra no puede dejar de inscribirse en estrategias argumentativas más amplias, entonces, ¿por qué Kuitca?

Kuitca me interesa primero por la sutil y expresiva fortaleza de su trabajo en sus trayectorias desde los ochenta. Conceptualmente me interesa como un artista que permanece comprometido con un medio presumiblemente obsoleto, el de la pintura. Veo su obra como un ejemplo de lo que yo llamo modernismo después de la posmodernidad; o pintar después del conceptualismo, minimalismo, instalación y arte de la performance. Y es específicamente su manera de tratar el espacio en la pintura lo que yo encuentro único y fascinante.

¿Disfruta de estos viajes a conferencias y presentaciones? ¿Le ayudan a reflexionar?

Completamente. Sin estos encuentros con colegas, amigos, artistas e intelectuales en el extranjero, no podría pensar sobre problemas usualmente descriptos con palabras como globalidad o transnacionalismo. No tenemos de lejos suficiente intercambio internacional y cooperación en los mundos académicos e intelectuales. La actual crisis económica hace por supuesto las cosas peores.

¿Puede investigar o problematizar el tema de la memoria sin involucrarse personalmente o sin asumir una posición política?

Mi trabajo sobre la memoria ha estado siempre profundamente comprometido, tanto afectiva como políticamente con el problema de cómo lidiar con el pasado. Para un alemán de la primera generación de la posguerra con experiencias formativas en los sesenta era casi inevitable. Pero entonces, viviendo en EE.UU., me convertí en algo así como un observador externo de los asuntos alemanes, una posición que me ayuda a ver el caso alemán en constelaciones mundiales más amplias.

¿Cómo es hablar sobre la obra de un artista en presencia de ese artista?

Podré decir más sobre ello después de mi charla en el Malba con Guillermo.

Sunday, May 09, 2010

ELPAIS.com >Sociedad >Domingo

REPORTAJE: MEMORIA HISTÓRICA
Soldado, preso, guerrillero
Esta semana se han cumplido 65 años de la liberación del campo nazi de Mauthausen. Uno de los supervivientes, el español Domingo Félez, rememora este hecho y lo enmarca en su largo trayecto personal de combatiente, iniciado en la Guerra Civil y terminado en la guerrilla venezolana a finales de los años sesenta. Félez habla en Venezuela, donde vive


LAURA S. LERET 09/05/2010
Aquel fatídico verano de 1936, el aragonés Domingo Félez tenía 15 años y combatía como miliciano por la República. Ingresó en la 131 Brigada. Conquistó varias posiciones militares "a pura granada de mano" y ascendió a sargento a los 17 años. Ahora rememora su vida en su casa de La Victoria, la ciudad a 100 kilómetros de Caracas donde reside, con 89 años de edad.

Fue prisionero del Ejército de Estados Unidos y, también, de la policía venezolana en la época de la guerrilla

Tras la Guerra Civil se refugió en Francia. Padeció las condiciones infrahumanas de los campos de concentración franceses. Le reclutaron para construir fortificaciones: "era un trabajo de esclavo". Tras la invasión alemana, los españoles cayeron presos con la tropa francesa. Formados en columnas, caminaron hasta Estrasburgo y les confinaron en unos terrenos donde "el aseo era una zanja". En diciembre de 1940, en un convoy de españoles, fue trasladado al campo de concentración nazi de Mauthausen, en Austria, calificado como "grado tres", donde internaban a los irrecuperables.

"Recibí un uniforme a rayas y el triángulo azul de apátrida con la S de spanier. Mi número, el 4.779. Me afeitaron el vello del cuerpo, a todos con la misma hojilla, uno se agachaba y le metían la navaja entre las nalgas. Los piojos me causaron una infección que originó mi traslado al campo anexo de Gusen. Un día, mientras colocaba ladrillos para construir la cocina, conseguí un pote de grasa, me la unté sobre los piojos y me curé".

"Trabajé en las canteras, en la construcción de los rieles, fui barbero de la barraca. Sobreviví a la epidemia de tifus de 1941. En Mauthausen no entraba nadie que no fuera para morirse. El trabajo y la comida estaban hechos para vivir un año; los supervivientes les pueden ir con cuentos a otros, pero a mí ¡no! Fuimos barberos, herreros, pintores, enfermeros, albañiles, hombres de limpieza; frío y hielo; cuando sobraba de la caldera, nos daban medio plato más de nabos, de hueso de caballo con concha de papa".

"Me pasaron en 1943 a Viena, con un comando de presos para hacer fortines antiaéreos en una fábrica alemana de motores de aviones de caza. Allí, no te pegaban tanto".

"Los nazis iniciaron su retirada en abril de 1945. Nos arrastraron con ellos a Mauthausen, caminamos unos 180 kilómetros. Al que no podía andar y se sentaba a la orilla, le pegaban un tiro. Uno iba caminando y escuchaba ¡pam! y al rato otra vez, ¡pam! A la tarde mataban a un caballo, le caíamos con cuchillo y lo comíamos crudo".

El 5 de mayo de 1945, el Ejército de Estados Unidos ocupó oficialmente el campo de Mauthausen. Había euforia y también caos. Cuatro españoles, entre los que se encontraba Domingo Félez, en vez de ser liberados fueron apresados.

"A los tres días de la liberación del campo, unos hombres me detuvieron, me hablaron en alemán, alguien me denunció, nunca supe quién fue. Fuerzas de Estados Unidos nos detuvieron y nos llevaron junto con los nazis al campo de concentración de Dachau, cerca de Múnich. Los otros españoles acusados fueron Indalecio González, Laureano Navas y Moisés Fernández. Un fiscal militar de Estados Unidos me llamó un par de veces a declarar, yo me reí y contesté que todo era un embuste. En enero, febrero y marzo de 1945 yo no estaba en Mauthausen, sino a 180 kilómetros en la fábrica de aviones, ¿cómo iba yo a llevar gente a la cámara de gas? Porque esa fue la acusación".

"No hubo pruebas para sentenciarme. Después de dos años, fui puesto en libertad en julio de 1947. A González lo ahorcaron en Dachau. Navas fue condenado a cadena perpetua y Fernández, a 20 años de prisión".

Joseph Halow en su libro Innocent at Dachau (1992) relata que los testigos recibieron honorarios por sus servicios y no hubo un traductor profesional del castellano. Al respecto, Eve Hawkins, oficial estadounidense, escribió al Washington Post: "(...) La raza suprema (alemanes) tenía derecho a una asesoría legal y a traductores competentes, pero los españoles, los no beligerantes, los nacionales de un país no enemigo, los involucrados inocentes, uno podría decir que a nadie le importó un bledo". A estos veteranos de la Guerra Civil, prisioneros en el campo de Mauthausen, se les juzgó en Dachau como si fueran criminales de guerra.

Domingo Félez consiguió embarcarse hacia Venezuela con un pasaporte de la Organización Internacional de Refugiados. Desempeñó varios trabajos, conoció a una hermosa trigueña con quien se casó y tuvo tres hijos. Pero en su interior le ardía la sangre. Desilusionado con el Gobierno de Rómulo Betancourt, consternado por las desapariciones de varios amigos del Partido Comunista, Félez se unió al movimiento guerrillero de los años sesenta.

"Subí a las montañas. La primera incursión duró poco, pero lo suficiente para ser delatado y apresado en mi casa. Recibí palo de las policías políticas. Fui trasladado al castillo de Puerto Cabello, donde me tomó por sorpresa la rebelión militar contra el gobierno. Uno de los capitanes golpistas, que hasta ese día había sido nuestro carcelero, nos abrió las puertas del calabozo, nos repartió fusiles. Yo fui destinado a combatir en una institución de enseñanza secundaria. Cuando vi que la causa estaba perdida, conseguí refugiarme en el portal de una casa; un desconocido me tiró del brazo, me llevó para adentro y me salvó la vida".

Félez logró evadirse y refugiarse en Caracas. Por su experiencia en la Guerra Civil española lo buscaron para llevarlo a la selva de Monagas. "En 1965, mi esposa y mis hijos necesitaban de mí, bajé de la montaña". La ley de amnistía le permitió salir de la clandestinidad en 1969. Después de 33 años de lucha volvió a una vida normal.

Fue barbero otra vez, fundó una empresa de jardinería. La edad ha deteriorado su vista, sus pasos son lentos, pero su memoria se mantiene impecable.

Saturday, May 01, 2010

El historiador y la tradición

Revista Ñ, 28 de abril, 2010

Para Tulio Halperín Donghi, el origen de la Revolución de Mayo se halla en la reacción a las Invasiones Inglesas. En esta entrevista, también se refiere al estado de la historiografía argentina.

Por: Alejandra R. Ballester y Héctor Pavón

Arrojado al mundo académico extranjero por la dictadura de Onganía en 1966, Tulio Halperín Donghi construyó su propio espacio de la Historia lejos de la barbarie que tuvo como epicentro a La noche de los bastones largos. Aterrizó primero en Oxford, y a partir de 1972 enseña en Berkeley y desde allí proyectó su trabajo como historiador argentino. Aunque sus principales obras las escribió en bibliotecas norteamericanas, es uno de los más importantes historiadores argentinos. En esta entrevista, que respondió por e-mail, se refiere a hechos y personajes de la Revolución de Mayo. También traza un diagnóstico de la investigación histórica en la Argentina.

-¿Cuándo arranca el proceso revolucionario de Mayo, con qué hechos? Usted ha señalado la importancia de las milicias urbanas en el proceso revolucionario, ¿cómo surgieron y por qué son clave en este proceso?

-Cuándo comienza un proceso como el que desembocó en los sucesos ocurridos en Buenos Aires entre el 17 y el 25 de mayo de 1810 depende de la visión que tenga quien los estudia y del desenvolvimiento de los procesos históricos. Para Mitre, que tanto en cuanto al pasado como al futuro prefería las perspectivas largas, el proceso comenzó cuando el primer europeo pisó las costas del Río de la Plata. Aun para otros menos atraídos por las preguntas que pretende responder la filosofía de la historia, la respuesta depende del rasgo del contexto, en que esos sucesos se desenvolvieron, que más les han interesado. Si ven en esos sucesos el capítulo rioplatense de la reacción de la América española al derrumbe de la resistencia contra la invasión francesa en la metrópoli, concluirán que comenzó cuando la noticia de ese derrumbe llegó a Montevideo: los esfuerzos del virrey Cisneros por evitar la difusión de esa noticia sugieren que fue él el primero en verlos en esos términos. Si les interesan, en cambio, las razones por las cuales el foco revolucionario establecido en Buenos Aires fue el único de los que estallaron en 1810 que no fue sofocado por la contraofensiva realista, lo buscarán donde también lo busqué yo, entre muchos otros: en la reacción frente a las Invasiones Inglesas. El contraste entre la ineptitud que desplegaron en la ocasión los funcionarios regios y la eficacia con que las iniciativas espontáneas de sus gobernados disiparon la amenaza británica hizo perder a esos funcionarios mucho de su legitimidad a los ojos de éstos. Pero, sobre todo, las peculiaridades de la movilización militar de la población urbana pusieron a disposición del sector criollo de la elite colonial una fuerza armada pagada con los recursos del fisco regio y localmente demasiado poderosa para pensar en desmovilizarla. Apenas la crisis de la metrópoli distanció a ese sector del que estaba decidido a defender a todo trance el lazo colonial, puso en sus manos una decisiva arma de triunfo. Tal como lamentaba más de un funcionario regio, el tesoro virreinal no podía enviar socorros a la España resistente porque se desangraba sosteniendo una fuerza armada que era ya la de una facción con cuya lealtad no podía contar en absoluto.

-Al poderío militar se suma el económico...

-Como suele ocurrir en el trabajo del historiador, al elegir una respuesta uno elige, ya sin saberlo, las nuevas preguntas que ella va a suscitar. En mi caso, me llevó a vincular esa peculiaridad del proceso porteño con la implantación, al crearse el Virreinato, de un gran centro militar, administrativo, judicial, eclesiástico y mercantil que cada año inyectaba un millón y medio de pesos del tesoro regio en las escasamente pobladas llanuras de la región pampeana y el litoral. Allí, las exportaciones pocas veces superaban el millón por año, lo que permite entender mejor el papel central que el control de esos recursos tuvo en el conflicto que alcanzó su punto resolutivo en aquellos días de mayo.

-La participación popular en los sucesos de Mayo ha sido largamente discutida. En un extremo se sostiene que fue una revolución patricia sin contenido democrático. Otros analizan formas de movilización y participación política existentes en la época. ¿Cuál es su postura al respecto?

-Esas conclusiones dependen tanto de los aspectos de esos sucesos que interesaron al historiador como de los supuestos que éste llevó a su examen. Entre los que ven en ellos una revolución patricia sin contenido democrático hubo quienes, como Roberto Marfany, reconocieron en esos sucesos la obra de un ejército alineado tras de sus mandos naturales, cuya misión histórica seguía siendo en el presente guiar los avances de la nación surgida de su acción en esas jornadas, pero hubo también quienes consideraban que la entonces conocida como Gran Revolución Socialista de Octubre marcaba el destino hacia el que se encaminaba la entera historia universal, y comenzaban a dudar de que –como antes había creído firmemente Aníbal Ponce– la de Mayo hubiera puesto a la Argentina en camino hacia esa meta. Por mi parte, confieso que me interesé menos en esos planteos que llegaban a la misma conclusión partiendo de premisas opuestas que en las peculiaridades más específicas de la movilización política que acompañó a esos sucesos.

-En relación con los protagonistas de los días de Mayo, como Cornelio Saavedra, Juan José Castelli, Juan José Paso, Manuel Belgrano, Mariano Moreno, ¿cree que la Historia ha sido injusta con alguno de ellos?

-Confieso que no ambicioné constituirme en el oráculo por cuya boca la Historia (con mayúscula) hiciera adecuada justicia a cada una de esas figuras, sino entender un poco mejor el proceso en que todos ellos habían participado. Esto hace que, frente a Cornelio Saavedra, me interese menos en coincidir o no con su futuro adversario y víctima Manuel Belgrano, quien en esas jornadas desplegó una deslumbrante destreza táctica sin la cual no se hubiera alcanzado el desenlace positivo que efectivamente vino a coronarlas, que en adquirir una imagen más precisa de lo que hizo que, apenas el coronel Saavedra informara al virrey Cisneros que no estaba en condiciones de garantizar que las tropas bajo su mando podrían contener con éxito a la muchedumbre que, como preveía, se preparaba a protestar contra la composición de la Junta designada el 22 de mayo, éste se apresurara a renunciar al cargo de Presidente. Y esto hace que frente a la figura de Moreno me interesase más en explorar las razones que hicieron de su actuación en esos días el punto de llegada de una trayectoria que hasta poco antes no era claro que se orientara en esa dirección, y en lo que esa trayectoria individual pudiera sugerir acerca de las ambigüedades del proceso colectivo del que fue parte, que en averiguar si esa actuación contribuye o no a asegurar para Moreno un lugar eminente en el cuadro de honor de los héroes de esas jornadas.

-Yendo al escenario actual, ¿cómo evalúa los avances de la investigación histórica en la Argentina?

-Creo que lo que hemos vivido desde hace ya décadas en la Argentina es la plena profesionalización de la tarea de investigación histórica en un marco institucional creado a partir de 1955. Este marco fue consolidado con propósitos muy distintos por los regímenes militares de 1966-73 y de 1976-83 y devuelto a su propósito primero a partir de esa última fecha, en una tarea en la que tuvieron un papel central no sólo el Departamento de Historia de la UBA, que en rigor retomaba un proyecto interrumpido en 1966, sino también los de universidades del interior que la encaraban por primera vez. Todo eso se reflejó en un mayor rigor en las exigencias metodológicas y un mayor dominio de la problemática en los distintos campos temáticos, apoyada en una relación cada vez menos distante con los avances del trabajo histórico fuera de la Argentina. Esto ha permitido a algunos de nuestros historiadores participar de modo muy creativo en el esfuerzo para buscar enfoques y criterios de análisis adecuados para abordar las preguntas que, acerca del pasado, les propone un tiempo presente marcado por trasformaciones muy profundas en un marco de extrema incertidumbre.

-¿Y cuál es la situación de la historiografía argentina en el escenario global?

-La historiografía argentina ha alcanzado al abrirse el siglo XXI el objetivo fijado para ella por la Nueva Escuela Histórica. Quienes la sirven son integrantes de una comunidad de estudiosos que tanto en el viejo como en los nuevos mundos tienen a su cargo fijar el rumbo de nuestra disciplina. Pero eso, que no podría ser más positivo, la obliga a confrontar los problemas que los avances de la profesionalización plantean aquí como en todas partes. Esa profesionalización impulsa la expansión constante de un aparato institucional cada vez más complejo, que incluye, en nuestro caso, a las universidades que ofrecen el ámbito primario para el trabajo de los historiadores, desde el Conicet y la Agencia de Promoción Científica hasta las fundaciones e instituciones internacionales de las que provienen los recursos que sostienen los nexos de esa comunidad más amplia.

-¿Cuáles son los problemas de los avances de la profesionalización?

-En todas esas instituciones, en mayor o menor medida, se hacen sentir los efectos de la ley de hierro de la oligarquía, anticipada por Robert Michels en su análisis de los partidos socialdemócratas de comienzos de siglo XX que, llevada al límite, hace que quienes controlan esas instituciones las usen en su favor más que en provecho de los servidos por ellas. Así se refleja, por ejemplo, en el porcentaje creciente de puntajes asignados tanto por el Conicet, como, muy frecuentemente, por las universidades que reconocen los puntajes obtenidos en tareas de gestion, en detrimento de los de investigación y enseñanza. De este modo se agrava en sus consecuencias cuando, en esta etapa, teóricamente gobernada por criterios meritocráticos, siguen gravitando otros decididamente particularistas que intentan adquirir una espuria objetividad expresándose en cifras numéricas. Pero aun cuando ello no ocurre, la obligación de probar cada año que lo investigado en ese período ha fructificado en presentaciones, simposios y artículos aceptados en publicaciones con referato lleva a menudo a renunciar a proyectos de mayor aliento o en el mejor de los casos significa un serio obstáculo para los esfuerzos por llevarlos a término. Cuando se recuerda todo eso, es a la vez sorprendente y reconfortante descubrir que en cada promoción de estudiantes hay siempre más de uno (o una) que une a su agudeza de mente y rica imaginación histórica la seguridad de que no puede escapar a su destino de hacer historia, y es ésa la mejor razón para esperar que el futuro depare cosas buenas para la historiografía argentina.

-Usted se ha mostrado crítico con respecto a ciertas versiones "neorrevisionistas" de divulgación histórica. ¿Cree que estas lecturas pueden ser un primer paso que luego derive en lecturas más consistentes de la historia o las considera poco útiles?

-Desde luego puede ser lo segundo; antes de que ganara popularidad ese género era usual que el interés por el pasado se despertara en la primera adolescencia a partir de la lectura de una novela histórica de Alejandro Dumas o de Walter Scott, y sólo quienes, aunque no lo sabían, llevaban ya dentro de sí ese interés sentían la necesidad de pasar luego a esas "lecturas más consistentes". Mi problema más serio con el neorrevisionismo no es ése, sino que para hacer más comprensible el pasado lo identifique con el presente. Para poner un ejemplo: con ese método podría presentarse a Cornelio Saavedra como la dirigente jujeña Milagro Sala de las jornadas de mayo. O, habida cuenta de la prodigiosa destreza táctica que le ganó la admiración de Belgrano, podríamos verlo como el precursor, en esas jornadas, de Juan Domingo Perón. O quizá algún retrospectivo militante de la facción morenista podría equiparar su papel con el desempeñado el 4 de junio de 1943 por el general Pedro Pablo Ramírez, ministro de guerra del presidente Castillo. En la reunión de gabinete convocada por Castillo para organizar la resistencia a la revolución que había estallado ese día Ramírez pidió la venia para retirarse invocando su carácter de jefe de esa revolución. Produjo efectos parecidos a los que la advertencia de Saavedra tuvo sobre el virrey: Castillo abandonó toda idea de resistencia tras una breve excursión fluvial en un guardacostas de nuestra Marina de Guerra. Para entonces, ya reemplazado en el cargo por Ramírez, tal como el virrey lo había sido en Mayo de 1810 por Saavedra, se volvió a su casa, igual que sus ministros.

-¿Pueden ser comparaciones con una función didáctica?

Es verdad que comparaciones como éstas pueden ofrecer una primera aproximación a un personaje del pasado que, en otros aspectos no menos importantes, no tenía nada en común ni con Sala, ni con Perón, ni con Ramírez, pero ocurre que ese neorrevisionismo no se limita a usarlas con esa intención pedagógica, sino que proclama descubrir en un supuesto pasado –que es sólo una alegoría del presente– lecciones válidas para ese mismo presente, ignorando que para que la historia del pasado pueda ofrecer esas lecciones necesita ser de veras historia del pasado, mientras que lo que se confecciona de esa manera no lo es en absoluto.

Sunday, April 04, 2010

Zona. Suplemento de El Clarín, 4 de abril 2010
TEMA DEL DOMINGO: DERECHOS HUMANOS


El alma de los verdugos
Primero Von Wernich, luego Astiz, "El Tigre" Acosta y Pernías. En Tribunales, hoy se los escucha como nunca. ¿Qué piensan? ¿Sienten remordimiento? Sus coartadas y quejas. Los días en prisión.
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Gerardo Young.
gyoung@clarin.com

El único que viste jean, camisa escocesa y mocasines, es Alfredo Astiz. Los otros acusados llevan impecables trajes de tintorería, corbatas rosas o rayadas. A las cinco de la tarde se levantan sonrientes de sus asientos de cuero, se saludan entre sí, se festejan, giran para mandar besos a la treintena de familiares y amigos que observaron las 9 horas de la jornada del juicio desde el palco. Junto a los familiares, sólo hay un estudiante de Estados Unidos y el periodista de Clarín. Muy poco público, a pesar de ser el acontecimiento judicial sobre la represión más importante desde el Juicio a las Juntas de 1985. Los acusados son nada menos que los responsables de la ESMA, el mayor centro clandestino de detención de la última dictadura militar.

¿Qué piensan esos señores de traje o camisa escocesa? ¿Qué pasa por sus cabeza ahora que han pasado más de treinta años desde que eran los dueños de la vida de miles de personas? ¿Sienten remordimiento? ¿Miran hacia atrás con la libertad que regala los años? ¿Son psicópatas o sólo engranajes de un sistema psicótico?

En su libro El Alma de los verdugos, editado hace unos meses (en coautoría conVicente Romero), el juez español Baltasar Garzón, quien juzgó a muchos de los responsables de la represión argentina, cuenta una charla que tuvo con el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Y le dice Galeano:

- En el fondo los verdugos son burócratas del dolor. No les vamos a regalar la grandeza de creer que son monstruos extraordinarios.

Las pericias psicológicas que se hacen a todas las personas que enfrentan un juicio, en estos casos han dado un resultado casi calcado: se trata de hombres "normales", conscientes de cada uno de sus actos. Eso corre para Astiz, para Jorge "El Tigre" Acosta -ambos señores de la ESMA-, pero también para el cura Christian Von Wernich y otros. Ninguno ha podido argumentar algún grado de inimputabilidad psicológica.

Como dice Baltasar Garzón en su libro, son personas normales que en determinado mataron y luego dejaron de hacerlo. "Lo que hicieron resulta incomprensible para una mentalidad normal. Pero eso no quiere decir que los autores ni los ejecutores de aquel plan criminal estuviesen locos. Estaban perfectamente cuerdos y sabían lo que hacían y las consecuencias que tendrían sus actos".

Cuando se habla de los verdugos de la dictadura, se está hablando de muchos. Los registros oficiales estiman que existieron 340 centros clandestinos de detención en 11 provincias, en los que trabajaron no menos de 20 mil personas, de las cuales, entre la CONADEP, el Ministerio de Justicia y los organismos de Derechos Humanos, han logrado identificarse a unos 2.500 verdugos.

¿Qué dicen ellos? Los testimonios empezaron a desplegarse lentamente a partir de la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, en junio de 2005, que permitió retomar los juicios contra los represores. Los primeros en ser condenados habían actuado dentro de la Policía Bonaerense. Fueron los ex policías Simón "El Turco" Julián, Miguel Etchecolatz, y el sacerdore Von Wernich, quien, antes de ser condenado el 9 de octubre de 2007, dijo que los testigos que lo habían acusado eran "el demonio". De Von Wernich se sabe: asistía a las salas de tortura para "garantizar" la "conversión" de los torturados antes de morir.

En diciembre pasado empezó, en los Tribunales de Retiro, el juicio a los jefes de la ESMA. Son 19 los acusados, y algunos de ellos están declarando. Astiz, aquel rubio marino que pasó a la historia por infiltrarse entre las Madres de Plaza de Mayo y por ser de los más eficaces "cazadores" de enemigos de la dictadura, decidió provocar, mofarse. Apenas se inició el juicio, se levantó de su asiento y mostró a la audiencia un libro llamado "Volver a matar", de Juan Bautista Yofre, donde se narran los crímenes cometidos en los '70 por los grupos guerrilleros. El 17 de marzo pasado, cuando tuvo la oportunidad de declarar, Astiz permitió leer un texto que había escrito en la cárcel y que refleja una posición mayoritaria entre sus viejos camaradas: "Sólo cumplimos órdenes, sólo somos soldados que participamos de una lucha y la ganamos".

La obediencia debida es clave para entender este proceso. No sólo porque signifique una parte esencial del sistema de coartadas, sino porque, de algún modo, encuentra allí una liberación. Según el psicoanalista Hernán C. Guggiari, la obediencia debida es una tesis exculpatoria comparable a la psicósis alucinatoria: como la del hombre que escucha una voz que le dice "Mata", y entonces va y lo hace. (Ver Sobre la psicosis...)

La dictadura militar gobernó al país entre la madrugada del 24 de marzo de 1976 y la mañana del 10 de diciembre de 1983. Está claro, ya, que la represión se inició antes, al menos desde el 21 de noviembre de 1973, con el primer atentado de la Triple A, contra el político radical Hipólito Solari Yrigoyen. El discurso de los actores más notables de la represión -Astiz, Von Wernich, Acosta o Pernías- coincide en intentar recontar aquellos años, en instalar la idea de que la represión fue reacción a un tiempo de extrema violencia, protagonizado por las guerrillas que, es innegable, atentaban con bombas y secuestros.

¿Pero piensan, realmente, que darle al contexto una mayor dimensión, incluso más precisa, los libera de las responsabilidades de la picana y los desaparecidos? "Este es un tribunal de facto y ya tiene la sentencia firmada", dijo Astiz en el juicio. Se saben condenados; lo que buscan es justificarse.

"Ellos no entienden qué hacen acá, juzgados, por algo que hicieron como soldados en un contexto totalmente diferente. No entienden por qué ni cómo cambiaron tanto los tiempos, por qué ahora nadie se acuerda de los guerrilleros y sólo se habla de ellos", dice Guillermo Coronel, hijo y abogado de Julio Coronel, uno de los acusados en el Juicio a la ESMA al que le atribuyen, en particular, la muerte del periodista y escritor Rodolfo Walsh.

Coronel hijo habla con el periodista de Clarín apenas termina una nueva jornada del juicio a la ESMA, el miércoles pasado. Está tranquilo, intenta explicar la posición de los suyos, espera que lo llamen desde la Alcaidía. Su padre es uno de los pocos que, por tener más de 70 años, volverá a su casa a cumplir el encierro domiciliario. La mayoría de los otros está viviendo en la cárcel de Marcos Paz, donde un pabellón de seguridad especial los reúne días y noches desde que empezaron a caer presos (Ver página 34).

En la cárcel de Marcos Paz, entre mates y juegos de cartas, es donde los ex miembros de los Grupos de Tareas comparten estrategias, penas y añoranzas. Cuenta otro defensor, que prefirió el anonimato: "Se comparte información de las causas, se cruzan datos y algunas estrategias, como cuestionar la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Pero ellos no se arrepienten de nada, están convencidos de que lo que hicieron fue parte de una guerra".

La mención a una guerra está en boca de todos los represores desde siempre. En sus declaraciones, citan una y otra vez los atentados de Montoneros, ERP y otras organizaciones guerrilleras, aun cuando esos atentados no pueden justificar lo que vino después. Pero lo notable y novedoso es que muchos de ellos no hablan de una guerra pasada y muerta. Hace veinte días, fue invitado a declarar en el juicio a la ESMA quien fue el jefe máximo del Grupo de Tareas, "El Tigre" Acosta. De pelo increíblemente blanco y lacio, la cara en forma de pera, Acosta todavía siente su vieja superioridad y se creyó obligado a contestar preguntas, a dialogar fuera del esquemático escrito que había preparado. Y entonces habló de una guerra en presente continuo, de una guerra que creía ganada y ahora ve perdida: "En el actual gobierno hay guerrilleros, como Duhalde o Righi". Se refirió así al Secretario de Derechos Humanos, que en los '70 era abogado de militantes sociales, y a Esteban Righi, ministro del Interior de Cámpora y ahora Procurador General. ¿Pero es que Acosta no advierte que tanto Righi como Duhalde ya peinan canas, que incluso él ha visto pasar más de 34 años desde el golpe Isabel Perón? Acosta no está para la nostalgia, sino que se expone pragmático, provocador. "Uno de los grandes problemas fue haber dejado gente viva", dijo aquella tarde. El reproche tenía un destinatario claro. Y es una queja que comparte con muchos de sus compañeros en el juicio, una queja contra el ex almirante Emilio Massera, mandamás de la Armada en la primera Junta de la Dictadura e inventor de un proyecto inédito en la historia, el de intentar convertir a sus torturados, o al menos a algunos de ellos, en bastiones de un nuevo proyecto político acorde a sus deseos. Sólo por eso hubo sobrevivientes de la ESMA. Sólo por eso se pudo conocer tanto de lo que ocurrió en el Casino de Oficiales, lugar donde fueron torturadas y empezaron a desaparecer 4.500 personas.

El miércoles pasado le tocó a Pernías, otro de los marinos de aquel grupo. Clamó: "¿Qué pretenden? ¿Que nos humillemos de rodillas? Y cargó, como Acosta, contra "este gobierno que distorsiona la historia", en referencia a los Kirchner.

Uno de los documentos más aterradores de los métodos represivos de la dictadura, es un cuaderno que dejó Carlos José Samojedny, militante de izquierda detenido por la Triple A en 1974. Samojedny estuvo preso primero en Rawson y finalmente en la cárcel de Caseros, hasta la recuperación de la democracia. Sólo entre febrero de 1975 y noviembre de 1980 alcanzó a contar 235 sesiones de tortura. A pesar de eso, nunca olvidó su profesión, la de psiquiatra. Y aprovechó el encierro para analizar la conducta de torturados y torturadores. Sus conclusiones ocupan 38 carillas de terror, 38 carillas históricas ahora a la vista del periodista de Clarín, que describen los límites insospechados del ser humano. Samojedny escuchó, habló, observó y preguntó, para luego analizar y clasificar a los torturadores y torturados. De los verdugos hizo varias clasificaciones. Los definió según el grado de contacto que tenían con las víctimas, con el dolor de las víctimas, con las técnicas de tortura. Los encontró morbosos, sadomasoquistas, obsesivos, pero sobre todo encontró a muchos "paranoicos". De ellos escribe:

"El paranoico es el torturador ideológico, fascista, de ultraderecha, racista. Cree en un mundo occidental y cristiano y que está combatiendo el mal. Además de torturar, es partidario de eliminar a la víctima para acrecentar su sentimiento de triunfo. Utiliza las técnicas de tortura más aberrantes, no es proclive a las aberraciones sexuales, desprecia al resto de los torturadores, no considera a lo suyo como un trabajo sucio si no como un arma ilegal pero efectiva."

¿No se refería a la misma psicosis alucinatoria que menciona Guggiari? Quizá no haya más misterio -ni menos- que una voz oculta, que el designio de una convicción ilusoria. De otro modo: "¿Cómo explicar que alguien se haya convertido en asesino durante tanto tiempo y de pronto deje de serlo?", se pregunta Baltasar Garzón.

Myriam Bregman, abogada de la familia Walsh en el juicio a la ESMA, intenta probar la participación de los acusados en la muerte del escritor. Ella sigue el juicio día a día, observa a los marinos, los ve "sonreír en los pasillos, como si todo fuera un juego". Pero también está sorprendida: "Hay un cambio en relación a lo que pasaba antes. Ahora están culpando a la institución de la Armada, a los que eran sus jefes por no haberse hecho cargo. Están pidiendo una defensa que ya no encuentran".

Como tantas veces cada vez que se hable de tragedias así, hay que recurrir a la filósofa Hannah Arendt. Después de presenciar el juicio a Adolf Eichmann, el gran arquitecto de la solución final nazi, Arendt cayó en un estado de perplejidad. Es que Eichman sabía lo que había hecho, pero lo veía como un medio para ascender en su carrera, para obtener más poder, no como un fin en sí mismo. Fue entonces cuando Arendt empezó a hablar de "la banalidad del mal".

Se sabe que Eichmann estuvo en la Argentina en la década del cincuenta. Pero habrá sido apenas una pirueta de la historia, porque el drama es humano y no sólo nuestro. Como dijo Eduardo Galeano en la charla que inicia esta nota, "el peor de los verdugos es el sistema que necesita de verdugos". O sea: el sistema que dice "Mata". Y que logra que algunos lo obedezcan.

Sunday, March 21, 2010

La República
Suplemento Domingo, 21 de marzo 2010
La guerra que unió a Chile

Historiadora graduada en la PUCP y docente en el Departamento de Historia de Sewane, Universidad del Sur (Tennessee, EEUU), Carmen McEvoy se ha especializado en investigar el Perú del siglo XIX. Sus libros sobre Manuel Pardo y sus numerosos ensayos son aportes decisivos al conocimiento de nuestro pasado. Ahora publica Armas de persuasión masiva, una lectura del discurso de la Guerra del Pacífico desde el lado chileno, que será presentado en Lima el martes 23 en el CCPUC.

Por Federico de cárdenas

¿Por qué el título, “Armas de persuasión masiva”?

–Trato de jugar con la frase con la que de alguna manera se inicia la guerra en Irak. Una guerra tiene que ser justificada. A veces lo hacen con una invención como en el caso de estas armas –que nunca aparecieron– y otras lo hacen a través de las palabras.

Pero el elemento persuasivo es fundamental: tienes que convencer al frente interno. Haber estado en EEUU cuando lo de Irak me permitió ver toda esa parafernalia de símbolos que requieren los estados para justificar ante los ciudadanos que tienen que ir a pelear.

–Sostienes que el discurso de la Guerra del Pacífico no ha recibido suficiente atención de parte de los historiadores. ¿Es así?

–La ha recibido, pero no en el sentido historiográfico. La guerra ha sido vista como celebración patriótica, como cosa juzgada. Se sabe que Chile ganó la guerra porque fue más nacionalista que el Perú y tuvo la capacidad de unificar a su población, pero no se ha deconstruido el lenguaje de la guerra. No se ha tratado de entender las lógicas internas que van conformando este lenguaje. En suma, no hemos sometido el nacionalismo chileno a una prueba de análisis discursivo.

–Tu libro demuestra que la guerra no tuvo únicamente un componente militar, que hubo una retórica que fue fundamental y organizó prácticamente ese discurso.

–Una guerra necesita fundamentación ideológica. A los seres humanos nos cuesta ejercer la violencia sin justificarla. Tenemos que validar nuestras acciones violentas. Se ha hablado de las batallas, tenemos muchísimo respeto a Grau y otros héroes, pero no se ha trabajado los efectos de la guerra en el frente interno, en el cual la palabra va a cumplir un rol fundamental, y más aún en el caso de Chile, que pelea una guerra que no ocurre en su territorio. No estar amenazado de invasión le permite jugar mucho más en el tema de los discursos y construir uno muy fuerte.

La tradición retórica

–Hablas de una tradición retórica muy viva en Chile, anterior a la guerra y que ayudó mucho en esta elaboración. ¿Se da algo paralelo en el Perú o aún está por estudiarse?

–Creo que Chile, Perú y varios países de Sudamérica partimos de esta vertiente republicana, donde la oratoria juega un gran rol.

Pero la misma historia del Perú es diversa. Desde que se va Bolívar los caudillos militares están peleando, y si bien tienen una retórica y hablan de una suerte de republicanismo militar, no tienen tiempo para ella, pues todo se va resolviendo a través de las armas. En Chile no, es verdad que en los 50 tiene dos guerras civiles, pero en los 60, que es la época de la eclosión de la retórica, hay una paz social que el Perú no tiene. Eso les permite utilizar un lenguaje simbólico hecho de palabras y de rituales y hacerlo con mayor eficiencia. Lo digo con prudencia, pues es verdad que no existen trabajos similares a mi libro para el Perú. Habría que averiguarlo.

–Esta retórica de la que hablas tenía dos vertientes, la religiosa y la cívica, idelógicamente enfrentadas, pues la iglesia era muy conservadora y los liberales estaban en el poder, sin embargo ambos discursos se las arreglan para confluir.

–Sí, y casi diría que es un caso único, pues determina que ni conservadores ni liberales tengan la hegemonía del discurso, que se va imbricando en la guerra, y así lo más arcaico del pensamiento conservador, que desarrolla el tema de la guerra justa, termina juntándose con la defensa del honor nacional, que es el aporte de los liberales. La guerra crea un espacio que es como un mercado libre de la opinión pública en el cual ambos tienen que salir a defender sus posiciones, y al hacerlo lo hacen frente a una audiencia que al final va a hacer una especie de mezcla de ideologías que, en teoría, no podían convivir una con otra. Entonces ocurre que el gobierno chileno, que tiene sus propagandistas, suma otros free lance, que son aquellos que desde antes de la guerra han luchado por la hegemonía cultural y que ahora, con el conflicto, ven una oportunidad de reposicionar sus planteamientos. Tanto la guerra cívica como la guerra santa, que son las posiciones que analizo, tienen fundamentos arcaicos, y contagian la ideología.

–En el caso de la iglesia está muy claro, las invocaciones al viejo testamento, al Dios de los ejércitos que protege al pueblo elegido.

–Claro. Es la guerra como una ordalía en la que de tu moralidad va a depender tu victoria. Si pierdes, queda entendido que es Dios quien te está condenando por inmoral. Es el discurso de los vencedores. En el otro caso, el de los liberales y la guerra cívica, es otra vez la guerra de la independencia: Chile quiere romper este nuevo imperio formado por Perú y Bolivia, entonces el agresor termina siendo el agredido, y el Perú visto como una suerte de imperio déspota. Es interesante también cómo en ningún momento aparece la palabra salitre, ni las razones económicas, que al final son las verdaderas razones de la guerra.

–Sin embargo, hay un discurso que se podría calificar de geopolítico, porque se dice al pueblo que tiene mayores derechos sobre Antofagasta y Tarapacá, que son tierras trabajadas por chilenos.

–Es la justificación por el trabajo, que es una justificación burguesa. Esos rentistas, que son Bolivia y el Perú, han vivido de su vieja herencia, mientras que Chile, país burgués y eficiente, tiene todo el derecho de usufructuar de ese territorio de quienes nunca lo trabajaron, algo que no es cierto. Pero ese discurso, que pone la indolencia del lado de Bolivia y el Perú, se ve complementado con el de la sangre de los héroes. Ese territorio, dicen, no es solo el del sudor sino el de la sangre de nuestros héroes. Y así es como al momento de la negociación incluyen Tarapacá, que no estaba en disputa.

Ritos de la guerra

–En el momento que ambos discursos coinciden, y es uno de los aspectos fascinantes del libro, comienzan a realizarse esos grandes rituales que son los sepelios de los caídos en la guerra, que actúan también como elemento de cohesión muy grande de la sociedad chilena, que seguramente tenía sus diferencias de clases, pero que desaparecen y solo se habla de unión.

–Sí, una parte del libro está dedicada al tema discursivo y la otra al del ritual, que es el que concreta la palabra. Todas estas ceremonias muy sofisticadas, con antorchas y un apelar a los sentidos, que hablan a las emociones de una sociedad que no está sino parcialmente alfabetizada. La guerra crea la sensación momentánea de que a pesar de las diferencias sociales es posible lograr una cohesión cultural.

–Hubo ideólogos de la guerra, pienso en Benjamín Vicuña Mackenna o Isidoro Errázuriz.

–Exactamente. Es gente que tenía un entrenamiento y que no se sorprende de la guerra, puesto que se preparaban para una guerra entre conservadores y liberales. Tienen un bagaje de palabras, símbolos y rituales que ya se había manifestado en la ceremonia de repatriación de los restos de Bernardo O’Higgins en la década del 60, que fue un primer entendimiento entre liberales y conservadores, y cuyo modelo se reiteró a lo largo de la Guerra del Pacífico. Es un poco el pueblo viviendo la historia: es la nación que se escenifica. Cuando retorna la Covadonga, la gente que la visitaba se llevaba astillas, como si fueran las reliquias de la cruz.

–También se da esta curiosa feminización de Lima, presentada como una especie de odalisca a la que hay que conquistar.

Sí. La erotización y feminización de Lima les permiten reforzar su masculinidad. El discurso nacionalista siempre se da en clave masculina. Recuerdo haber leído en uno de los textos de soldados chilenos que Lima era “una bacante que se retorcía en medio de sus placeres”. Cerré los ojos y vi una escena de Las bacantes de Eurípides. La imagen no era nueva, pues ya viajeros habían hablado de Lima como ciudad frívola y de placeres, pero es interesante cómo la retoman para reforzar su sentido de lo masculino.

–¿Estos ideólogos se trasladan a Lima, una vez tomada la ciudad, y promueven este discurso?

–Absolutamente. El primer momento fue la toma de la Catedral, lo que provocó un enfrentamiento con la jerarquía local. Pero el capellán chileno, Florencio Fontecilla, se sale con la suya y celebra misa por los caídos chilenos en San Juan y Miraflores. Allí Salvador Donoso, uno de los ideólogos de la guerra santa, inicia la ceremonia citando: “Yo te elegí como mi pueblo, tú eres Israel”. Era la Catedral donde se ungía a los virreyes, y al tomarla Chile estaba reformulando simbólicamente la hegemonía cultural del Pacífico. Por el lado de los ideólogos de la guerra cívica, Isidoro Errázuriz funda un periódico en Lima, que bautizó como “La Actualidad”, donde pretenden extender su campaña de adoctrinamiento a los peruanos.

–¿Este discurso arcaico continuó pasada la guerra o hizo crisis?

–Hizo crisis, porque luego del festejo de la victoria en el Campo de Marte de Santiago en 1884, siete años más tarde estalla una guerra civil terrible. Eso demuestra que ese discurso de la unidad era una construcción feble y vulnerable, que no pudo resistir el surgimiento de nuevas hegemonías.


Página12, 21 de marzo 2010
“Sarmiento era un especialista en la picana”

Presidente de la Cámara de Diputados de Santa Fe en 1973, a los 26 años, Rubén Dunda contó a este diario por qué creó la Comisión Bicameral que investigó el secuestro, tortura y asesinato del estudiante Angel Brandazza. El caso había conmovido a Rosario en 1972. Un patrón de conducta que volvería masivamente en 1976 y una figura clave: el coronel Luis Sarmiento.

Por Martín Granovsky
A los 63 años, Rubén Dunda sigue recomponiendo piezas sueltas de su vida y recuerda siempre un nombre, el del coronel Luis Alberto Sarmiento, que en 1972 ya revistaba en la inteligencia militar y luego del golpe de 1976 siguió haciéndolo gracias a su especialidad: era un experto en el interrogatorio con picana eléctrica.

Dunda, sociólogo, juez comunal santafesino en Fighiera, una localidad próxima a Rosario, docente de la materia Liderazgo y Creatividad en la carrera de Relaciones Laborales, fue presidente de la Cámara de Diputados de Santa Fe en 1973, a los 26 años. Una de sus decisiones fue crear y alentar el trabajo de una Comisión Bicameral que ese mismo año decidió investigar el secuestro y asesinato del estudiante universitario Angel Brandazza. (sigue)

Friday, March 19, 2010

Revista Ñ
martes 16 de marzo del 2010

Entrevista a Cilly Kugelmann
Los museos y el porvenir de la memoria

La directora del Museo Judío de Berlín, el primero erigido por un pueblo perpetrador en tributo a sus víctimas, analiza las tensiones presentes en las instituciones consagradas al trauma colectivo. Su recorrido por distintos memoriales, desde Kiev a Varsovia, propicia por adelantado la reflexión sobre el futuro todavía incógnito del museo de la ESMA.

Por: Matilde Sánchez

                                              KUGELMANN. "Los museos nunca son un espacio
                                                           aséptico ni sencillo de armar. Aun en una
                                                          democracia sólida, las instituciones conmemorativas
                                                          son siempre muy ambivalentes", dice la experta.

El anhelo de procesar traumas colectivos –agudizado por la insuficiencia de la Justicia– trajo a América Latina iniciativas oficiales para erigir espacios de duelo y resarcimiento. Como en el Museo del Holocausto de Washington, el Museo del Apartheid de Sudáfrica y el de la Cruz Roja en Ginebra, estos anclajes buscan unificar criterios de verdad histórica y se consideran clave en la pedagogía pública. En estos veinte años, por ser el epicentro dramático del siglo XX, la Berlín unificada ha sido el laboratorio más propicio para observar y ensayar las posibles mutaciones escénicas de una ciudad. Pese a que existen varios museos judíos en Alemania, el de Berlín, construido por el arquitecto Daniel Libeskind, es la institución nacional y recibe más de setecientos mil visitantes por año. Esta fue la conversación con su directora de programa, Cilly Kugelmann, sobre los alcances de ese espacio destinado al tributo y la reflexión sobre el Holocausto.

Difícil encontrar otra ciudad como Berlín, donde cada nuevo monumento estuvo sujeto a una suerte de plebiscito. ¿De qué sirve un museo si está tan sujeto a la polémica?

Todas esas polémicas urbanas están vinculadas de un modo u otro con la Segunda Guerra. En su origen, los espacios de honra a las víctimas, de cualquiera de los grupos, no partieron de una medida oficial. Las iniciativas surgían espontáneamente de las ongs, en algunos casos con ayuda municipal. Eran pequeños enclaves de duelo en toda Alemania; otro ejemplo son las cruces que conmemoran el sitio donde cayeron muertos germanoorientales en sus intentos de cruzar la frontera. El Museo Judío desató algo de polémica en torno a su estatus pero no el museo en sí. En la Alemania posmuro, la mayor controversia la desató el memorial a las víctimas judías del Holocausto, del escultor Peter Eisenman, una obra comisionada por el Estado federal. Esto condujo a disputas en las que participó toda la sociedad. Desde el comienzo quedó claro que otros colectivos sociales y étnicos se sentían excluidos y tan merecedores de un homenaje como los judíos, por ejemplo los gitanos y homosexuales.

¿La escultura de Eisenman le parece interesante?

Me siento distante de esta obra no por razones políticas sino emocionales; pero supongo que es lógico. Aún hoy sigue siendo difícil imaginar en Alemania un memorial compartido entre alemanes y judíos, algo mutuo, un terreno de duelo común, dado que las emociones sobre este hecho histórico son opuestas. Si bien los descendientes aprendimos las lecciones de la culpa y la responsabilidad, las emociones del perpetrador, en este caso nosotros, son diametralmente diferentes. Desde luego, a medida que pasa el tiempo es más fácil que las partes se acerquen. No creo que ningún francés tendría hoy problema en ir a trabajar a los campos de Waterloo; Napoleón está muy lejos. Pero la Segunda Guerra es algo distinto, sigue siendo un asunto de familia. Aún hay hijos y nietos de las víctimas con una memoria familiar del mayor genocidio de la historia. El hijo o nieto de una víctima no puede ponerse en la piel del perpetrador y simplemente dejar un ramo. No puede haber una representación simbólica compartida.

Pero de su ubicación en la capital del nazismo deriva toda la fuerza de las obras de Eisenman y el Museo de Libeskind.

Sí, pero fueron obras comisionadas por el Estado alemán y ellos actuaron como escultor y arquitecto. Es la nación de los perpetradores la que se pone en la piel de las víctimas. ¿Cómo luciría un memorial que rinde culto al perpetrador? ¿Qué tenemos para conmemorar? Nada...

El Museo Judío ofrece una versión de la historia que contrasta mucho con el memorial a las víctimas de la Segunda Guerra, la controvertida Neue Wache , o Nueva Guardia.

Sí, esa polémica precedió la caída del muro. Fue en 1988, a partir de la iniciativa del canciller Helmut Kohl de compartir este memorial con la Alemania comunista. La Nueva Guardia conmemora a todos los caídos, a los soldados perpetradores y a las víctimas civiles de los bombardeos aliados, todos revueltos bajo un eslogan neutro. Y aquí entramos en las particularidades de los géneros artísticos: se trata de una llama votiva cristiana, es una pietá, rinde tributo a los hijos perdidos en las guerras. La pietá es un género bien antiguo de la escultura y, por cierto, muy inespecífico. No remite a la culpa ni la responsabilidad sino al puro dolor desde el punto de vista civil. Es el duelo de la madre ante el cuerpo yerto de su hijo. Y aunque la autora original de la obra no era una artista nacionalista sino todo lo contrario, esa pietá allí resulta completamente apolítica. Iguala a las víctimas, al soldado, al niño muerto en un bombardeo, al gaseado en un campo de concentración.

Recordemos el asunto: el espacio tiene en el centro la pequeña pietá de bronce de la escultora Käte Kollwitz en una copia ampliada. Esta artista fue incluida en la famosa muestra llamada "Arte degenerado" ( Entartete Kunst ) y organizada durante los primeros años de Adolf Hitler para agraviar a los incluidos.

Sí, pero más allá de la ampliación de una obra de arte, de dudoso gusto, es fallida porque presenta una interpretación de la historia bajo el paradigma de la víctima. El resultado es un mensaje ambiguo, que elude la reflexión sobre la estructura del genocidio: diluye la culpa, extiende la condición de víctima a toda una nación que sufrió una desgracia sin nombre, llegada de alguna parte, llovida del cielo... La obra de Eisenman, por otra parte, tampoco se define como una obra judía sino como un vasto cementerio, con lo cual asume el punto de vista de la víctima y el duelo. ¿Hay modo de que nos pongamos realmente, mientras contemplamos una obra, en la piel de la víctima o sus descendientes, si no lo somos?

Bertolt Brecht enseña que lo que se exhibe siempre puede adquirir otros sentidos en el futuro y eso explica la extraordinaria supervivencia del arte. Es notable que, pese a la fuerte educación pública de Alemania contra el nazismo, haya tan pocas imágenes de Hitler mismo, por ejemplo en los frisos fotográficos de la Topografía del terror, mientras que Himmler o Goebbels aparecen en abundancia.

No creo que sea deliberado. Hitler estaba a la cabeza de todo pero cuando se trata de mostrar ciertos acontecimientos señalados, simplemente no estaba en las fotos; no hay tantísimas fotos de él, por otra parte. Pero hace muchísimos años que su figura de cera está en el Museo de Madame Tousseaud, de Londres, lo que prueba su rango de figura pública. Hitler fue tabú durante los años que siguieron a la Segunda Guerra, no para los historiadores, claro, pero sí para la sociedad y no sólo en Alemania. Fue mucho más tabú que Stalin. Pese a su figura tan estereotipada y apta para la caricatura, con esa cabeza y el bigotito, conserva algo de tabú cultural, ese carácter sexual de las prohibiciones. De hecho, habrá visto usted la nueva moda de directores estadounidenses e incluso judíos que reclaman para sí el derecho de hacer humor con Hitler, cuando en verdad nada se los prohíbe. Esto demuestra que el tabú sigue vigente.

¿Cuál fue la crítica al museo?

Se cuestionaba el hecho mismo de que hubiera un Museo Judío en Alemania. Se pretendía que, al existir un museo histórico con una colección judía, lo nuestro acabaría siendo populista, al estilo de un parque temático.

No diría que este museo lo sea, a diferencia del Museo del Holocausto de Washington, que en algunos tramos es directamente pueril y se confunde con un estudio de cine. No se priva ni de la estación de trenes a Auschwitz.

No coincido. A mí me sorprendió el rigor histórico con que abordan ciertos aspectos. Pero no me convence para nada el sector para niños y jóvenes, el Libro de Daniel. No diría que es pueril pero sí que emplea estereotipos de manera muy consciente. Los estadounidenses están convencidos, y tal vez con buenos fundamentos, de que el grueso de los visitantes no son muy ilustrados; ignoran la historia y necesitan de esos estereotipos y de ahí las puestas en escena, tramos de películas de ficción y documentales, etc. Y, por cierto, yo no creo que siempre hagan falta los artefactos, una barraca de utilería para dar el sentido de aquella barraca... Una barraca sólo tiene sentido y me cuenta una historia trascendente si es original y está en su contexto real; si veo las barracas en Auschwitz, aunque haya quedado sólo una ínfima parte, ni siquiera me preocuparía por reconstruir el resto. En la curaduría de un museo histórico siempre hay que preguntarse si cada pieza, aunque se trate de una original, ilumina o es pura decoración. Le aseguro que a veces la respuesta no es tan fácil. También las experiencias visuales son distintas según la procedencia; algunas piezas del museo de Washington, destinadas al público masivo que llega de otros estados, no serían al gusto centroeuropeo pero adquieren trascendencia en la cultura popular norteamericana. Tenemos actitudes muy distintas, sobre todo en el acercamiento al kitsch. En los EE.UU. tienen un gran anhelo de simplicidad. Del mismo modo, nuestro Museo Ju­dío es visitado masivamente por turistas, entre ellos alemanes, claro. Es el mayor desafío hacer un museo para grandes masas de visitantes y aún así mantener la complejidad del tema. Para que la gente comprenda lo que quere­mos transmitir, debemos partir de elementos conocidos. Nunca se puede someter al visitante a un universo de cosas desconocidas por completo. No sé si diría que queremos que la gente aprenda, quizá es demasiado ambicioso; yo quiero que se interesen, que sal­gan de la exposición con interés suficiente para comprar un libro sobre el tema.

Se ha escrito mucho sobre el edificio de Libeskind, que está más próximo a una obra de arte que a la arquitectura museística. El zigzag de corredores para el pueblo judío en 1933 lo instala de lleno en una obra alegórica.

Bueno, es una arquitectura des­tinada a inducir una experiencia simbólica del espacio. Es cierto que es un espacio difícil para ha­cer un museo pero le aseguro se puede hacer un museo en cual­quier parte, es cuestión de dinero y creatividad.

Lo que la colección deja al visi­tante es la dimensión de una in­valorable pérdida cultural. ¿Qué es lo alemán del siglo XX si se le resta la tradición judía?–

Después del 45 Alemania fue un país distinto, que no se pue­de comparar con el país previo a 1933. La guerra y la culpa del ge­nocidio cambiaron por completo a la sociedad. La pérdida que us­ted señala no se puede medir pe­ro déjeme decirle que Alemania también perdió su capacidad de una relación positiva con la pro­pia historia nacional. Usted no encontrará a un solo alemán que recuerde la letra del himno nacio­nal, ni siquiera entre los políticos. La melodía la conocemos todos; así, después de la unificación se pasa en la radio a medianoche pe­ro sin la letra. De hecho, hace rela­tivamente poco salieron a relucir banderas, pero se limita a las ma­nifestaciones deportivas. Y está relacionado con la reunificación. Yo diría que Alemania es el país más liberal del mundo en tema de derechos civiles; y sin embargo, no hay orgullo por ello.

¿Recordamos mejor el pasado, de un modo reflexivo, si tenemos un museo?

Los memoriales cumplen una función política trascendente dado que expresan una posición sobre el pasado. Aunque establecen una posición oficial en su fundación, cambian de perspectiva con el tiempo y alojan muchas visiones y sucesivas actitudes. Por ejemplo, un país como Sudáfrica debía fijar una posición sobre el apartheid: se trata de una declaración pública que identifica el carácter criminal de los hechos y expresa una res­ponsabilidad hacia la víctima: se los rehabilita moralmente o se los recompensa financieramente. La higiene de la sociedad se vincula con estas declaraciones públicas.

¿Qué ocurre cuando el museo se erige en un país de partido único? Pienso por ejemplo en el Museo de la Revolución, en Cuba, o en Auschwitz, en Polo­nia, durante los años de inter­vención soviética.

En un ambiente político donde hay un poder poco democrático y la oposición no tiene fortaleza, se entra en combinaciones muy falli­das. Hay que ver quién lo encargó, quién lo financia y qué se quiere expresar. Existe, por ejemplo, un Museo del Terror en Budapest y es un pésimo ejemplo de una lec­tura nacionalista de la historia. Hay dos tipos de instituciones de la memoria. Los museos eri­gidos en el lugar de los hechos, de manera que se convierte en una interpretación estética del lugar real; y los memoriales, una forma estética con una relación abstracta, una escultura sin in­terpretación espacial. Cada uno es recibido de diferente modo y aporta distintos mensajes. Sus condiciones de creación son muy distintas también. Ahora en Corea están creando un memorial a las mujeres víctimas de violación por los japoneses. En Camboya, uno sobre la masacre de Pol Pot y los Kmehr rojos. Ahora bien, llegar a la concreción de estas institucio­nes es un proceso que lleva tiem­po. Por ejemplo, el memorial del World Trade Center a mí me pare­ce demasiado precoz, veremos en qué consiste.

No es igual el proceso en Ru­sia, donde después de un des­hielo de unos pocos años, vol­vieron a cerrarse los archivos de la Segunda Guerra para los historiadores no rusos.

No existe un memorial a las víc­timas del estalinismo en Rusia; la sociedad no está madura para eso. Existen memoriales sovié­ticos a las víctimas del nazismo pero el principal problema es que la misma población fue víctima y ofició de perpetrador. En Polonia fueron ambas cosas. Víctimas del estalinismo y del nazismo perse­guían a los judíos; son sociedades mixtas. En una única vida bioló­gica la población pasaba de un bando a otro. En el museo, más claramente que en el memorial, hay que fijar una posición, se trata de fijarla, en rigor. Asimismo, en las ex repúblicas soviéticas uno encuentra cuatro memoriales pa­ra expresar puntos de vista sobre un mismo período. En Kiev, hay un memorial judío, uno soviético, otro ucraniano y otro polaco.

Entonces los memoriales no se pretenden espacios neutros de corrección política.

No, nunca son un espacio asépti­co ni sencillo de armar. Aun en una democracia sólida, las instituciones conmemorativas son siempre muy ambivalentes. Alemania, con toda humildad, es el primer país que erige un memorial gigantesco para condenar su propia política y hon­rar a sus víctimas. Nuestra historia es bien clara: tenemos a los judíos, las víctimas, y nosotros, alemanes perpetradores. Y aun así el Museo Judío nos llevó 40 años.