Tuesday, November 20, 2012
Thursday, October 18, 2012
15/10/12 - 16:38
El autismo, ¿una causa perdida para el psicoanálisis?
Con nuevos métodos de diagnóstico, se multiplican los casos en EEUU y Europa; en Francia buscan prohibir por ley "las prácticas psicoanalíticas con los autistas", y un documental avala la idea. Encendida la polémica, una diversidad de voces alerta sobre los dispositivos de control de la subjetividad a través del discurso de la ciencia, en una época de la cual el autismo es una perfecta metáfora.
POR Pablo E. Chacón
"Relacionarse con el propio cuerpo como algo ajeno es ciertamente una posibilidad que expresa el verbo tener. Uno tiene su cuerpo, no lo es en grado alguno. De aquí que se crea en el alma, después de lo cual no hay razones para detenerse, y también se piensa que se tiene un alma, lo que es el colmo".
Jacques Lacan
El hombre es un animal doméstico. Dependiente hasta entrados los años, no se diferencia demasiado de un perro, un gato, una oveja o una tortuga. Por cierto, la pericia o impericia en el uso del lenguaje lo convirtió en otra cosa, máquina de guerra, artista, pastor de rebaño o experto en la percepción y medida del tiempo y el espacio. Así las cosas, es imposible ocultar para quien escribe cierta simpatía por los autistas, esa especie de homúnculo que prefiere no hablar, no comunicar, que escucha al Otro pero es indiferente, verboso a su pesar, “cultor” de estereotipias y ecolalias. El autista es un intruso con el que las familias no saben qué hacer. Pero no es un activista en potencia, no sabe (como nadie) por qué hace lo que hace, tampoco es autónomo. Es un niño. Y sin embargo, es un niño que puede inventar un modo de soportar ese dolor y con el paso del tiempo transformarlo, transformarse en activista, escuchar, hacerse responsable de sus actos y ganar (como cualquiera) una módica autonomía.Jacques Lacan
Es una posibilidad abierta si no cae en las orejas y las manos de la medicina, la neurobiología, la biopolítica o el conductismo que hegemonizan el modo de la técnica contemporánea y privilegian, con algún propósito que no viene al caso, su alianza con la industria farmacéutica. El mercado del autista contemporáneo lo quiere educado como muñeco y consumidor, antes que aquel clásico capaz de rechazar todo lazo y mortificarse. El autista es hijo de unos padres desorientados que en casa tienen un problema y que para terminarlo, si es imprescindible, si es por su bien, será objeto de reeducaciones, manipulaciones, invasiones, adiestramientos, tratamientos electroconvulsivos, cargas de neurolépticos. Se fracasará pero se volverá a intentar. Aquellos que se espantaban de los campos de reeducación ideológica de Pol Pot en Camboya no tienen idea de lo que sucede en los laboratorios occidentales. Alguien vuela sobre el nido del cuco y recuerda al Kaspar Hauser de Herzog.
Eso es lo que está pasando en la actualidad, en los tiempos hipermodernos.
Dice el psicoanalista francés Guy Briole: “En la aceleración actual (…) todo es aplicable inmediatamente y sometido al dictado de la evaluación y la rentabilidad. Este desplazamiento del lugar político, sociológico, filosófico y cultural donde se piensan los proyectos para el hombre de mañana hacia la racionalización fría del ingeniero y del economista, es lo determinante. Pretenden remodelar la sociedad y los hombres que la componen a partir de los progresos científicos considerados, ellos mismos, según criterios de rentabilidad”.
Esto es: aplastar la singularidad del autista por una protocolización evaluativa, normativizante, universal y pedagógica. El autista es imposible de pedagogizar hasta cierto punto. Luego, será, como escribió Jean-Luc Milner, una cosa más entre las millones de cosas que lo rodean.
¿Qué buscan los psiquiatras, psicólogos y médicos operadores del mercado? Según Briole, “identificar cohortes biológicas y crear grupos más homogéneos basados en aspectos seleccionados. Entienden por ello criterios bioquímicos, genéticos, histológicos, neuroradiológicos y cognitivos, así como una pertinencia de las comorbilidades del autismo con la epilepsia, las miopatías y otras enfermedades muy poco frecuentes”.
El autismo es manos del cognitivismo, según Eric Laurent, lo único que trajo “es la multiplicación por diez del número de casos en veinte años”, sin olvidar que “dicha categoría se funda en hipótesis que los últimos veinticinco años no han permitido confirmar de ninguna manera”, dice el psicoanalista desde París.
Gabriela Grinbaum, psicoanalista argentina y co-directora de la publicación Registros, en cambio, no cree que haya “más autistas en la actualidad, pero es cierto que bajo la nosografía impuesta por el DSM, el Trastorno general del desarrollo, conocido como TGD, no sólo recae sobre los niños autistas o psicóticos sino que es diagnosticado de la misma manera todo niño con problemas de conducta más severos: de agresividad, cambios de humor, los que no se adaptan al colegio, es decir, los que no encajan, los que salen de la media. Y como el TGD es una etiqueta multiuso, da la impresión que hay más. Y el resto padece ADD, déficit atencional. Y la ritalina es moneda frecuente”.
Su colega, Luján Iuale, autora de Detrás del espejo (Letra Viva), no la desmiente: “Hay un avance cada vez mayor respecto a la medicalización y patologización de los niños. Este problema no es exclusivo de los autistas. Sí, cada vez más se presenta a estos niños, desde la perspectiva del déficit, que trae como correlato la idea de medicar para “regular”, y de re-educar y re-habilitar lo disfuncional con fines adaptativos, desconociendo que más allá de lo que está perturbado en cada ser hablante, estos niños presentan modos particulares de producción subjetiva. Lamentablemente la dupla TCC-fármaco intenta imponerse como paradigma científico, desconociendo la importancia del trabajo psíquico como motor. No me cabe duda que el avance de esta dupla responde además a fuertes intereses económicos. Esto no quiere decir que todos los terapeutas que trabajen con dicha orientación persigan fines de lucro, sino que se montan empresas muy rentables pero que no sacan al niño del aislamiento”.
Como sea, en los Estados Unidos y Europa, la multiplicación de autistas crece, pero muchos suponen que serían más si los psicoanalistas continuaran tratándolos.
En marzo de este año, en una crónica del diario Clarín podía leerse que “según un informe difundido por el Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC), la principal entidad oficial de monitoreo del tema en los Estados Unidos, la cantidad de casos subió un 78% desde el 2000. En la actualidad, uno de cada 88 niños sufre este trastorno neurobiológico (sic)”.
Así y todo, en Francia han puesto manos a la obra: el 26 de enero pasado quedó registrada, en la presidencia de la Asamblea Nacional, una propuesta de ley que apunta a prohibir el acompañamiento psicoanalítico de las personas autistas, en favor de los métodos educativos y conductuales. Pretende también pedir a las universidades la exclusión del psicoanálisis de las asignaturas concernientes a la enseñanza acerca del autismo.
En su momento, el autismo recibió de Francois Fillion, primer ministro del gobierno de Nicolás Sarkozy, la cucarda de “Gran causa nacional 2012”. Y desde ese momento, asociaciones de padres de niños autistas sostienen una guerra: “la guerra está declarada contra el psicoanálisis”.
Esta campaña, preparada por profesionales del periodismo, caricaturiza al psicoanálisis y propone terapias conductistas como única solución al autismo en su conjunto. La operación se apoya en el recurso a la ciencia que habría demostrado la causa biológica. Pero por el momento esa causa es una falacia que nadie ha podido demostrar.
Al respecto, Laurent dijo que “la maniobra está arropada mediante el recurso a la ciencia que afirmaría poder explicar el conjunto de los fenómenos mediante una estricta consideración biológica, sin tener en cuenta la relación que sustenta el sujeto con el mundo, hasta tal punto la apariencia de ciertos autistas permitiría pensar en este corte. El drama de salud pública planteado por estos sujetos coloca sin embargo en primer plano la recepción de estos síntomas en un discurso. Incluso si se explica el sorprendente crecimiento del número de casos mediante artefactos estadísticos, hay que explicar por qué la mirada clínica desvela mejor estos síntomas. Además, es el único ‘trastorno’ psíquico en el que la metáfora de la reducción del trastorno a un ‘desequilibrio químico’ como en la depresión, por ejemplo, es rechazada”.
La psicoanalista argentina Alejandra Glaze, lo dice de otra manera: “Debemos saber que en cualquier ley hay un vicio de estructura: está construida en base al ‘para todos’; la ley está preparada ya desde su origen como rechazo de lo singular. Es por eso que en la educación de los niños hay algo singular que se debe ajustar al ‘para todos’, tarea siempre imposible si seguimos a Freud. Pero la pregunta de interés es qué es lo que hay que homogeneizar en ese juego del ‘para todos’: el encuentro con la lengua. Algo que se pone en juego antes de lo que se enseña y se aprende, antes de los que mandan y obedecen, que constituye lo más singular del sujeto.
“Se debe valorizar al niño autista, no captarlo como un deficiente manipulador, sino como un sujeto inteligente entorpecido por sus angustias. En el tratamiento, se trata de estar allí, presente, para que el niño invente, cada uno, una manera de hacer con eso que lo angustia, no invadiéndolo ni amenazándolo con propuestas que vayan contra sus invenciones sino contando con sus potencialidades y sus incapacidades, pero también con su objeto privilegiado, el objeto autista. Estar allí, en presencia, uno por uno, para que pueda ser escuchado en lo que tenga que decir, y para que encuentre una forma de hacer con eso que lo retiene en esa posición encapsulada, en un intento de ligar el significante al cuerpo”.
Pero un episodio posterior al de la Asamblea Nacional, agitó más las aguas. Eric Laurent, junto a Alexandre Stevens y Esthela Solano, demandaron a la realizadora del documental El muro, Sophie Robert, por difamación, argumentando que la forma en que la película, donde aparecen sus testimonios, presentaba una edición tendenciosa y distorsionada al solo objeto de hacer circular una diatriba contra el psicoanálisis.
Y Ana Ruth Najles, psicoanalista también, recuerda que “en un texto de 1967 Jacques Lacan ubicó a la segregación como el problema más candente de nuestra época ya que está conectado con la relación que existe entre ‘el avance de la ciencia y el cuestionamiento de todas las estructuras sociales que éste trae aparejado’.
“Interpretamos este camino de segregación como la pérdida del estatuto de ser hablante, dejado sin palabras, sin responsabilidad, para caer en el estatuto de objeto de manipulación por parte del mercado, homologable a cualquier objeto producido por la tecnología: esta objetalización da lugar a lo que Lacan denomina el ‘niño generalizado’, que se traduce como ‘todos iguales’, es decir, para todos el mismo goce.
“El niño generalizado, producto de las variantes modernas de la segregación, segrega a su vez la muerte misma. Excluir el hecho de que no hay posibilidad de saberlo todo, de tenerlo todo, de decirlo todo, de no morir, de gozar de todo, eso es segregar la muerte. Esta época se caracteriza como la época del Otro que no existe, ya que el Otro, como lo dice Jacques-Alain Miller, en tanto garante de la verdad universal, no existe más. Los ideales de otrora ya no se sostienen.
“Entonces, ¿qué lugar ocupa un niño para este sujeto auto-referencial, constituido como narcisista, el del discurso capitalista?
“El mercado ha tomado a los niños como destinatarios privilegiados de sus estrategias de consumo, transformándolos así en los consumidores-consumidos por excelencia. Y esto se manifiesta en un fenómeno de los últimos años: el de los niños diagnosticados masivamente en el mundo occidental con un trastorno inventado, el así llamado ADD –síndrome de déficit de atención–, y medicados a veces durante la infancia y adolescencia, o la vida entera.
“Digo ‘síntomas modernos’ de la infancia entre comillas para hacer notar que tanto los chicos inquietos en el aula como los fenómenos del autismo no son fenómenos nuevos. Lo que es nuevo es el esfuerzo que la ciencia hace, de la mano de los medicamentos y del mercado, por hacerlos callar. Por dejar a los niños sin palabras, sin responsabilidad, en posición de objetos consumidos por el mercado de las ‘drogas’ lícitas. Ciertas corrientes de la industria farmacéutica se interesan por tener el control absoluto sobre estos ‘síntomas’ y el mercado que generan.
“La cantidad de chicos medicados con ritalina por el ADD, permite leer un aspecto de la cuestión, más allá o más acá de las políticas en juego; por el sesgo de una autoridad (la de los educadores) que ya no se sostiene, dada la debilidad del discurso pedagógico, discurso que padece de una insuficiencia radical para transmitir un saber en la época de Internet”.
Pero el titular del Ejecutivo francés, el “socialista” Francois Hollande ya comunicó su decisión a los psicoanalistas: “Tratándose en particular del autismo, voy a sacar las consecuencias del reciente informe de la Alta Autoridad de Salud (Haute Autorité de Santé, HAS)”. Basándose en el mismo informe, Daniel Fasquelle, diputado del partido de Nicolás Sarkozy, anunció su intención de introducir un proyecto de ley para prohibir “las prácticas psicoanalíticas con los autistas”.
¿Está perdida la batalla? Jean-Claude Maleval (de quien Grama acaba de publicar ¡Escuchen a los autistas!), se pregunta lo mismo. “¿Cuáles son entonces las principales conclusiones de la HAS en 2012 con respecto al tratamiento del autismo? ¿Y qué consecuencias se pueden sacar de ellas? Ninguna de ellas descansa en pruebas científicas establecidas. Dos enfoques, el método ABA y el programa de desarrollo de Denver, reciben un grado B, que designa una ‘presunción científica’ de eficacia, mientras que el programa TEACCH obtiene el grado C, que designa ‘un bajo nivel de prueba’. En cambio, los ‘enfoques psicoanalíticos’ y la ‘psicoterapia institucional’ se consideran como ‘intervenciones integrales no consensuales’: no resulta posible concluir a favor de la pertinencia de estas intervenciones debido a la ‘ausencia de datos sobre su eficacia y a la divergencia de los puntos de vista expresados’. Existe, sin embargo, una considerable literatura consagrada a los tratamientos psicoanalíticos del autismo. Datos existen, pero hay que aclarar que no existen los que cumplen con los requisitos metodológicos de la HAS”.
Jorge Alemán, psicoanalista y agregado cultural de la embajada argentina en España, sostiene desde Madrid que “más allá de la gravedad de la prohibición con respecto a la cuestión especifica del autismo, el asunto de fondo es que se vuelve cada vez más patente el antagonismo entre los dispositivos de evaluación, control y producción biopolítica de la subjetividad –consumados ahora en la hegemonía neoliberal en Europa– y la ética del psicoanálisis: es la ideología de la ‘objetividad’ y la ‘metafísica de los expertos’ asumidas por el Estado como instrumento de las mismas, la que rechaza la experiencia del inconsciente”.
Podría decirse que la batalla legal y cultural está perdida, a pesar que el inconsciente no es un objeto o un artefacto sino que se conoce por sus efectos, que ningún modelo computacional puede calcular y nada los pueda hacer desaparecer, ni siquiera en esta época, de la cual el autismo es una perfecta metáfora.
Grinbaum retrata a la hipermodernidad como “un estilo autista general, lo que hace que los niños autistas queden muy camuflados. Dos niños se juntan a jugar cada uno con su aparatito y nadie nota que tras ello se oculta una dificultad de lazo al otro, un rechazo radical al otro, que es lo que caracteriza al autista. Digo que en los tiempos contemporáneos todo se dirige hacia un mundo, insisto, de estilo autista, con goces autistas, y cuando finalmente el encuentro del grupo se concreta, por supuesto vía Facebook, lo que se produce es una reunión de amigos que no largan su gadget y difícilmente conversen entre ellos. Las familias se sientan a comer, clásicamente el momento de reunión e intimidad, a lo sumo interrumpida por algún programa en la tele, y hoy cada hijo, incluso para mantenerlo sentado, está inmerso en su iPad, iPod Nintendo y demás”.
Alejandra Glaze no es menos clara: “un sujeto autista encarna la negativa a no dejarse dominar por la intrusión que implica la existencia del Otro; a no dejarse someter a esa violencia que significa estar tomado en un discurso. El autista nos muestra el rechazo a un modo de ser habitando una lengua. Se trata de un Otro que funciona como una pura exterioridad de todos los significantes. Es quien justamente no se deja tomar en ningún discurso, va solo con su invento, que lo protege de la angustia, y con su objeto autista, lo que hace que desde ciertas corrientes en las que se lo intenta normalizar, se llame a sus conductas ‘obsesiones’, y se quiera, muchas veces, eliminarlas lisa y llanamente.
“Sabemos que el discurso de la ciencia no se lleva bien con la singularidad del sujeto, y también que es poco proclive a aceptar las diferencias, de modo que siempre tiende a acallarlo y proponerle conductas ligadas a una normalización. En este sentido, la especificidad del autista es concebida como un obstáculo al discurso educativo y al científico, que muchas veces van juntos. De ahí ese interés tan decidido por borrar cualquier especificidad de ese sujeto, e intentar llevarlo hacia el terreno de lo esperable.
“Es de lamentar que en nuestra época nos encontremos frente a un impasse en el que el mercado de la salud mental segrega la subjetividad, más evidente aún en el caso de los niños, utilizando nombres que etiquetan los síntomas como disfunciones. El autismo y el ADD son algunos, que reducen ese supuesto disfuncionamiento a un dato estadístico a completar en un protocolo, y evitando la pregunta sobre el malestar que aqueja al sujeto; mediante el rechazo a la subjetividad, estas corrientes inflacionan el autismo contemporáneo, objetalizando aún más a esos mismos niños. La idea que subyace en dichas medidas de control social tiene que ver con la idea de un hombre neuronal y un niño programado, que responda a los ideales de la época, hoy más ligados a la efectividad y a la producción que a la invención singular.
Pero “es interesante pensar por qué a la hiperactividad le siguió en interés el autismo. Son dos diagnósticos que suelen utilizarse en el discurso de la ciencia cuando el sujeto no se deja ‘atrapar’ o ‘normalizar’. Son enigmas de la ciencia a los que intentan dar respuestas rápidas sin pasar por lo que implica entender a qué responden. A ambos, se les pide sólo que obedezcan. Tal vez la causa pueda encontrarse en la patologización de los cuerpos, en esa práctica de la biopolítica que hace ingresar a los dispositivos de control hasta lo más íntimo del cuerpo; biopolítica que se topa con un obstáculo que procede de lo real, la pulsión, que no es digitalizable ni representable por ningún procedimiento técnico”.
Wednesday, September 08, 2010
Entrevista con John H. Elliot
por Christopher Domínguez Michael
El estudio de Sir John Huxtable Elliott está presidido por uno de los retratos que Diego Velázquez le hiciera al conde-duque de Olivares, el famoso valido del rey Felipe IV. Ese es el único detalle que llama la atención a quien entra en la cálida y bien ordenada habitación donde trabaja, en Oxford, uno de los profesores más distinguidos del Reino Unido. Hemos venido a entrevistarlo, el cineasta Nicolás Echevarría y yo, sobre la historia del Nuevo Mundo pues a la hora del Bicentenario de lo que Elliott quizá preferiría llamar la desintegración del imperio español en América es imposible no contar con él. (sigue)
Saturday, August 21, 2010
Revista Ñ-Clarín, 21 de agosto de 2010
Carlo Ginzburg: "Yo no escribo verdad entre comillas"
Carlo Ginzburg: "Yo no escribo verdad entre comillas"
¿Son posibles las historias nacionales en una era global? ¿Cómo se relaciona la novela con lo real? ¿Afectan los medios de comunicación la tarea del historiador? En este diálogo, las opiniones del autor de "El hilo y las huellas", recién publicado.
Por: Héctor Pavón
LA REUNION DE LAS BRUJAS. (1607), de Frans Francken, el Joven. "La historiografía no debe domesticar la realidad, debe ayudarnos a reencontrar el shock", dice Guinszburg.
Es domingo al mediodía en Bologna; amanece en Buenos Aires... Carlo Ginzburg, el historiador italiano sinónimo de microhistoria, escucha y rescatista de voces subalternas, investigador de brujas, chamanes, molineros, cuenta por teléfono que todavía espera vivir su mejor época. Ginzburg es un viejo conocido de algunas aulas de la universidad de Buenos Aires. En la carrera de historia fue difundido por José Emilio Burucúa y en Ciencias Sociales por Aníbal Ford.
Aquí se acaba de publicar El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio (FCE), libro al cual se refiere en esta charla. Se trata de un texto donde circulan inquisidores, caníbales, seres olvidados por la Historia; también habla a través de Montaigne, Voltaire, Stendhal, Auerbach, Kracauer. La historia y sus versiones reales, falsas y ficticias lo mantienen en vilo. "Los historiadores (y, de un modo distinto, los poetas) hacen por oficio algo propio de la vida de todos: desenredar el entramado de lo verdadero, lo falso y lo ficticio que es la urdimbre de nuestro estar en el mundo", escribió. De todo ello habla en esta entrevista.
-En su libro, usted se refiere al "descubrimiento" del Medioevo, de los chamanes, por ejemplo. ¿Usa esa palabra en sentido irónico?
-Se mezclan. En el descubrimiento hay un fuerte elemento de construcción intelectual; no sale de la nada. Trato de reconstruir el horizonte cultural en el cual se produce este descubrimiento. En ese sentido, no hablaría de uso irónico del término. Sin embargo, no es que los chamanes están ahí y los europeos los descubren; es un camino muy dificultoso, tortuoso y los preconceptos, las expectativas, las ideologías, los deseos, los miedos de quien descubre entran a formar parte del descubrimiento.
-Hay un pasaje muy curioso sobre la trascendencia del tabaco en el momento de la Conquista española. ¿Qué nos está diciendo ese detalle histórico?
-Me divertí mucho cuando encontré esa cita. La descripción del gesto de fumar el tabaco parece algo extrañísimo y también desagradable. Y probablemente en mi reacción también entró el sentimiento del ex fumador que soy. Me fascina la idea de poder tomar distancia de lo que nos parece cotidiano, normal, de lo que damos por descontado. Creo que el deber del historiador es justamente crear esa distancia y también un estupor; reencontrar el estupor de algo que se introdujo en la vida de todos los días. Creo que vale para la historiografía en general. Es decir, la historiografía no debe domesticar la realidad, debe, en todo caso, ayudarnos a reencontrar el shock con respecto a la realidad, a lo que tiene de espantoso y también simplemente de rutinario. O sea, recuperar la frescura de la impresión.
-¿Por qué cuando se habla de realidad o verdad muchos optan por escribir estas palabras entre comillas?
-Yo no las escribo entre comillas. Ese es el gesto de la academia norteamericana. Una vez, en Yale, dije que usaba la palabra verdad sin quotation marks. Entonces, el público se echó a reír. A mí me parecía obvio, en el sentido de que no es que yo proponga una versión ingenua de verdad. No lo creo en absoluto. Me peleo por las fuentes contra los positivistas ingenuos y los escépticos. Me parece que el escéptico es un ingenuo o falso ingenuo. Pero la realidad existe y la realidad de la muerte existe también para quienes la niegan.
-¿Qué papel le otorga a la televisión en la construcción de la verdad?
-Le confieso una cosa: yo detesto la televisión y nunca tuve un televisor. Creo que es un instrumento potentísimo y que contribuye a construir verdad, falsedad, una mezcla de ambas, no hay duda. Como también lo hicieron el cine, las novelas, los libros y lo siguen haciendo. Pero no creo que se pueda aislar el rol de la televisión. Creo que sí, que es un instrumento muy potente, que tiene una facultad hipnótica muy fuerte. Después habría que discutir caso por caso. Yo, incluso por el país en que vivo, veo, sobre todo, los riesgos políticos de la televisión y con mayor razón, del monopolio televisivo.
-¿Entre los historiadores, es común llegar a un consenso para acordar una idea, un concepto?
-Los historiadores realizan su trabajo de una manera similar a cualquier científico. Yo vacilo, no hablo de la historia como ciencia. Pero, ¿cómo se llegó al consenso de que la Tierra es redonda y no plana? Es posible que haya alguien, alguna secta, que sostenga que la Tierra es plana; es una negación de ese consenso; ahora, yo creo que ese consenso no se logró con la fuerza y podemos hablar de consenso aunque haya algunas minorías desdeñables del punto de vista cualitativo y también cuantitativo respecto de esa idea que sostienen que la Tierra es plana. Naturalmente hay otro montón de cosas en que el consenso es mucho más difícil de alcanzar. Y lo mismo pasa con la historia. Pero si alguien sostiene que Napoleón no existió, entra a formar parte de una minoría y el problema entonces es quién tiene la prueba.
-Allí, el documento adquiere una importancia clave.
-Si no tuviéramos huellas de que un individuo llamado Napoleón existió, Napoleón sería un puro nombre. Hay documentos, en el caso de Napoleón, pero también en el caso de infinidad de eventos, fenómenos. No es que nosotros vayamos a controlar los documentos para probarlo. Si alguien me dice: pero el Imperio Romano nunca existió, yo no le digo, andá a controlar los documentos. Pero naturalmente la posibilidad de control existe. En otros casos no, por ejemplo, en el caso de la hipótesis de que la Tierra es plana, no existe.
-Usted cita a Jean Chapelain que analiza la novela medieval "Lancelot". ¿Cuándo la novela se convierte en un instrumento de trabajo del historiador?
-Ese testimonio de Chapelain es particularmente interesante. En un sentido, es el más antiguo, aunque yo cito a muchos anticuarios franceses que usaron novelas medievales para documentar determinados usos jurídicos. Pero la primera discusión analítica, hasta donde yo sé, sobre la posibilidad de usar las novelas históricas es ésa: París 1646. Para mí no es un problema de encontrar la primera, se trata de comprender cómo eso fue posible, que es lo que trato de hacer en mi ensayo. Y también tratar de entender por qué este tema nos toca tan de cerca hoy. Yo polemizo contra quienes sostienen que no existe la posibilidad de distinguir entre verdad y ficción, pero yo digo que hay entrelazamientos: la verdad aprende de la ficción, la historia de la novela, la novela de la historia. Ese entrelazamiento es lo que a mí me importa construir.
-¿El estudiante de historia debe leer novelas? ¿Lo recomienda?
-Hace unos 30 años mi amigo Adriano Sofri, me dijo a quemarropa: "¿Pero vos, qué pensás estudiar?" "Quiero estudiar la Historia", le dije. "Leé muchas novelas", me aconsejó. Y diría que en la actualidad sería más cauto, no porque no crea que las novelas sean útiles. Sigo pensándolo, pero no quiero enrolarme en el ejército de quienes piensan que entre historia y novela no hay ninguna distinción rigurosa. Yo creo que hay algo muy importante que se llama imaginación moral que es algo que nos permite ponernos provisoriamente en el lugar de otra persona. Viva o muerta. De manera muy imperfecta. No se trata de empatía. Intentemos hacer un esfuerzo y veamos qué pasa. Entonces, las novelas nos familiarizan, nos obligan a ese ejercicio continuamente. Si leemos a Stendhal nos encontramos en el lugar de Fabrizio del Dongo o de la Sanseverina, ¿por qué no? Es un esfuerzo por huir de la prisión del propio yo que hacemos provisoriamente para luego volver.
-¿Existe todavía la idea de una historia nacional? ¿Es posible trabajar este género hoy?
-Es posible, pero creo que tiene que haber un elemento de comparación si no explícito, implícito. La globalización ha hecho que esto sea urgente. No es pensable escribir una historia de Italia, o de la Argentina, como si fueran países aislados del resto del mundo, del contexto. Sería absurdo. Un elemento de comparación puede ser explícito o implícito, pero debe estar presente necesariamente.
-En "El queso y los gusanos", usted reconstruye la cosmogonía de Menocchio, un molinero juzgado por la Inquisición en 1583 y 1599 capaz de elaborar nuevas teorías sobre la Creación. ¿Cómo encontró esa historia?
-Por casualidad, aunque una casualidad guiada por una clasificación sistemática. Yo estaba en Udine en los primeros años de los sesenta y estaba trabajando en mi primer libro: I benandanti. Entonces, yo tenía un índice manuscrito de los procesos de la Inquisición friulana y encontré dos notas sobre dos procesos contra ese campesino que creía que el mundo nacía de la materia putrefacta y recuerdo que tomé un apunte. Y recién siete años más tarde empecé a elaborarlo. Recordaba que existía ese caso y finalmente leí esos procesos y escribí el libro.
-En "El juez y el historiador" analizó el caso de Adriano Sofri, encarcelado por terrorismo cuando muchos clamaban su inocencia. ¿Cuál fue la función de ese libro, en ese momento y hoy, 17 años después?
-Fue muy leído, discutido, traducido a muchos idiomas pero desde el punto de vista práctico no tuvo ningún efecto, para mi dolor, porque era un libro que nacía justamente de una postura práctica. Es un libro que fue leído de una manera impredecible y también las traducciones. Incluso como un libro no ligado a un caso político específico italiano, sino que tiene elementos de generalización, quizá también relacionado con ese entrecruzamiento entre análisis y documento, prospectiva metodológica. Algo que hizo posible una lectura inesperada de este libro en Europa fue la apertura de los archivos vinculada a la caída de los regímenes socialistas. El uso de los archivos judiciales no sólo a los fines de investigación sino de arma política, chantaje, todo tipo de cosas, provocó que los historiadores fueran inducidos a reflexionar, incluso, sobre la relación entre juez e historiador que yo proponía en el título. Mi libro fue utilizado en esas discusiones.
-¿Cómo cambió el papel del historiador con la participación en los medios de comunicación?
-Es un poco difícil responder. Creo que desde siempre ha habido un lugar para la divulgación histórica y que puede darse de muchas formas. El problema es distinguir entre la divulgación buena y la mala. En general, hay un retraso entre la investigación más nueva y la divulgación. Es un retraso normal. Son dos procesos distintos y también dos públicos distintos. Es algo que va contra una costumbre corriente, y al decirlo me remito a una observación de Marc Bloch: la presentación de una investigación junto con los resultados puede interesar incluso a las personas que son ajenas a los trabajos, siempre que sea hecha de una manera no paternalista y no arrogante, siempre y cuando involucre el mecanismo de la búsqueda de la verdad sin comillas.
-¿Qué importancia tiene para usted el futuro, cómo se imagina a sí mismo, a su país? ¿Cree que la gente piensa en el futuro?
-Mire, mis expectativas de futuro están limitadas por mi edad. El individuo desaparece pero las generaciones se suceden, lo nuevo es la fragilidad del planeta. Que no se mide en términos de años, o de décadas, y esperemos que sí de siglos. Pero ese dato entra en la percepción de esa fragilidad. Eso es algo importante, ése es un hecho nuevo. Hace poco leía escritos de alguien a quien estuve muy ligado, un político e historiador italiano que era Vittorio Foa y decía, sobre todo en la última etapa de su vida (falleció en 2008 a los 98 años), que había que encontrar el futuro en el presente. Un discurso de político. Pero tiene algo de verdad, debemos comprender lo nuevo que toma forma y eso ya es algo que se vuelca al futuro. ¿No?
Sunday, May 16, 2010
Revista Ñ
domingo 16 de mayo del 2010
domingo 16 de mayo del 2010
¿Cuáles son los riesgos del uso abusivo de las llamadas "políticas de la memoria"? Este es uno de los temas sobre los que reflexiona el prestigioso crítico alemán, a poco de presentar su nuevo libro en la Argentina.
Por: SANTIAGO BARDOTTI
En el libro de los visitantes ilustres y asiduos a nuestro país debe incluirse al crítico cultural y literario Andreas Huyssen. Siendo muy joven publicó un libro que hizo época (Después de la gran división) que se hizo esencial para todos aquellos deseosos de no empantanarse en el famoso debate modernidad/posmodernidad. En una antología de gran circulación realizada por el recordado Nicolas Casullo aparecía uno de los capítulos, "Guía del posmodernismo", donde se desplegaba toda su vocación de dedicado cartógrafo. En los años noventa se interesó por la política de la memoria en la Argentina pos dictadura; es que siendo alemán, cuenta a Ñ vía correo electrónico, no podía desatender la problemática de cómo lidiar con el pasado.
Por haber realizado toda su carrera en los Estados Unidos se pudo situar como un privilegiado observador externo; tanto respecto de las políticas de la memoria en su país de origen como respecto a la vida cultural norteamericana. Allí están algunas de las claves de su importante obra ensayística. El próximo lunes a las 19 horas, presentará en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), su nuevo libro Modernismo después de la posmodernidad; los lazos con la Argentina siguen presentes; por un lado, la problemática de la memoria sigue siendo central, por otro, después de la presentación charlará con el artista plástico Guillermo Kuitka, sobre cuya obra versa uno de los artículos.
Veinticinco años después de la publicación de "Después de la gran división", ¿qué quedó del debate modernidad-posmodernidad? ¿Qué dicotomías que parecían ser acerca de causas últimas se mostraron circunstanciales?
La oposición radical entre la modernidad y la posmodernidad, con su desprecio de la modernidad junto con el modernismo, sostenida en aquel momento, especialmente en los EE.UU., resultó en una muy frecuente y acrítica aceptación de lo posmoderno. Lo posmoderno fue también equivocadamente identificado con el posestructuralismo que llegó a ser muy influyente en los EE.UU. desde los años setenta. Esta equivalencia estaba histórica y políticamente desencaminada como en primer lugar argumenté en mi libro Después de la gran división. El debate de Habermas/Lyotard al comienzo de los años ochenta, central para esta discusión, fue en especial un impedimento intelectual. La teoría crítica alemana y el posestructuralismo francés están, intelectual e incluso políticamente, mucho más cerca de cada uno de lo que la oposición radical entre modernidad y posmodernidad, tal como fue construida en EE.UU., parece sugerir. Había en efecto algo provinciano o geográficamente limitante acerca de este debate norteamericano, pero tuvo muchos efectos generativos y estimulantes en relación con desarrollos culturales en EE.UU. Las preguntas que hizo surgir acerca de la relación entre la cultura de masas y el arte elevado, el rol de los medios de comunicación, las políticas de la subjetividad, género y sexualidad resonaban en todas partes y están todavía presentes entre nosotros. En muchos sentidos, el libro es parte de su época. Aún así todavía creo que había encontrado algo cuando argumentaba que el posestructuralismo (perdonando este término tan general y homogeneizador) tenía más que ver con una arqueología del modernismo y la modernidad que con una alegada ruptura posmoderna con el pasado. Y todavía creo también que no estaba equivocado cuando argumentaba que el posmodernismo podía entenderse como una adaptación y transformación propiamente norteamericana de un avant-garde de principios del siglo XX, hecho necesario por la rancia ideología del alto modernismo como parte de una Guerra Fría cultural. Hoy en día esta problemática nos conduce más allá de ambos lados del Atlántico Norte hacia otras geografías del modernismo y el avant-garde en Latinoamérica, India, China, África y el Caribe, ninguno de los cuales era central o incluso conocido durante los debates del posmodernismo en los años ochenta.
¿En qué medida los ensayos de su último libro continúan, profundizan o contradicen los argumentos de aquel libro?
Conceptualmente, el debate sobre el posmodernismo en los EE.UU. privilegiaba el espacio sobre el tiempo. Esto tenía sentido dada la importancia de la arquitectura para las definiciones tempranas de lo posmoderno pero estuvo equivocado al identificar simplemente al modernismo con la categoría del tiempo y al posmodernismo con la categoría del espacio como tan frecuentemente ocurrió. Argumenté en cambio que el posmodernismo mismo vivía de las memorias del temprano avant-garde europeo que había sido largamente ignorado en los EE.UU. hasta los años sesenta. Por eso, mi trabajo posterior sobre las políticas de la memoria, que ya estaba presente en varios de los ensayos de Después de la gran división floreció a partir de mi compromiso con el debate acerca del posmodernismo más que contradiciéndolo. Esto es verdad tanto para mi libro En busca del futuro perdido como para el presente Modernismo después de la posmodernidad. El foco, por supuesto, ya no fue el mismo. De todas maneras, hoy en día el debate acerca de posmodernismo es él mismo historia.
¿Cuáles son los lazos entre este culto de la memoria actual y la modernidad?
La modernidad de los siglos XIX y XX en Occidente estuvo energizada por la imaginación de otros futuros. Evidentemente aquellas exuberantes promesas utópicas fueron rotas. En un registro amplio, leo el boom contemporáneo de la memoria, que trata sobre mucho más que sólo el trauma histórico, como una reacción a esta pérdida de futuros utópicos.
¿Por qué se interesó por el caso argentino?
Fue mi trabajo sobre la memoria del Holocausto en Alemania y posteriormente en un contexto internacional lo que primero me trajo a la Argentina en los años noventa. Sin mi implicación en el tema de la política de la memoria en la Argentina pos dictadura no hubiera podido formular mis argumentos sobre la transnacionalización del discurso del trauma y los desplazamientos de la memoria del Holocausto en otras situaciones históricas no relacionadas.
¿Cuál es la peor dificultad derivada de un uso abusivo de políticas llamadas de la memoria?
Hay varios peligros: el primero es que la memoria simplemente reemplace u olvide la justicia. Sin embargo, en algunas situaciones políticas determinadas, la justicia puede ser difícil de conseguir para una total satisfacción de las partes perjudicadas. En ese caso el discurso de la memoria puede todavía funcionar como un sustituto con importantes efectos sociales. Se ha dicho que los monumentos y las disculpas son rituales abortivos. Pero peor que tener una memoria ritual es no tener memoria. Otro peligro es que una política de la memoria degenere en "victimología" y una competencia por la memoria entre distintos grupos. Un tercer peligro es que el reclamo acerca de que las políticas de la memoria puedan ser abusivas solamente sirva para la causa del olvido. En ese caso el reclamo sobre los abusos de la memoria es, él mismo, un abuso.
¿Y cuáles son las dificultades del uso extendido del Holocausto como tropo universal del trauma histórico?
Los casos de historias traumáticas no son nunca iguales; así y todo las comparaciones son necesarias siempre y cuando no se afirme la identidad. Son necesarias las comparaciones para fortalecer los derechos humanos alrededor del mundo. Es sólo desde 1989 que el Holocausto ha funcionado productivamente como prisma para sensibilizar a la opinión pública respecto al terror de Estado en América Latina, la depuración étnica en los Balcanes o el genocidio en Ruanda. La comparación con el Holocausto le dio dramatismo a casos específicos; pero usualmente la comparación sólo consistió en el uso de una cierta retórica, tropos estándares, imágenes y referencias a precedentes legales. Por supuesto el uso extendido del Holocausto como un tropo universal está basado en la Convención sobre el Genocidio y la Declaración de los Derechos Humanos de 1948. Problemático es que en la jerarquía del sufrimiento, el Holocausto ahora ocupa la posición más elevada, en especial cuando se alega su unicidad y su imposibilidad de comparación, de manera frecuente para apoyar intereses políticos específicos. Tales alegatos de unicidad han llevado a una política de resentimiento por parte de otros grupos, en especial en los debates pos coloniales. Es interesante notar que una competición por la memoria de tal clase no existió en el período inmediato después de la Segunda Guerra Mundial; el verdadero período de descolonización (por ejemplo en la obra de W.E. Dubois, Hannah Arendt, Aimé Césaire) cuando la destrucción de la comunidad judía europea fue relacionada con las prácticas coloniales e imperiales en África o en el Caribe. Puede ser útil recuperar esta historia para superar la insidiosa jerarquización del sufrimiento.
A pesar de ese exceso de teorización y debate sobre la memoria que Ud. señala, ¿qué líneas generales de argumentación le parecen las más interesantes? ¿qué preguntas no han sido formuladas y cuáles quedan por responder?
Lo que más me interesa en este punto es establecer relaciones más cercanas entre el discurso de la memoria y los debates acerca de los derechos humanos; dos campos de investigación que han permanecido demasiado separados uno del otro a pesar de que la ligazón es obvia en el mundo real de juicios y comisiones por la verdad. Conectando las políticas de la memoria con las políticas de los derechos humanos, ambos con sus puntos fuertes y débiles, podríamos ir más allá del callejón sin salida de los estudios sobre la memoria que en soledad no producen en definitiva demasiada ganancia cognitiva.
La gran división a la que aludía el título de su libro era aquella del arte elevado y la cultura popular. ¿Es posible una crítica estética de la cultura popular que respete su especificidad?
Por supuesto. Hay categorías de juicio que pueden ser aplicadas tanto a la cultura popular como al arte elevado –criterios estéticos y formales, criterios morales y políticos–. Existen series de TV ambiciosas y de gran calidad (por ejemplo The Wire y algunas otras del canal HBO en EE.UU.) y existe muchísimo arte elevado de mala factura. ¿Necesito nombrar a alguien? Todo el mundo tendrá su favorito. Por supuesto la gente estará en desacuerdo en sus juicios.
La crítica puntual de una obra no puede dejar de inscribirse en estrategias argumentativas más amplias, entonces, ¿por qué Kuitca?
Kuitca me interesa primero por la sutil y expresiva fortaleza de su trabajo en sus trayectorias desde los ochenta. Conceptualmente me interesa como un artista que permanece comprometido con un medio presumiblemente obsoleto, el de la pintura. Veo su obra como un ejemplo de lo que yo llamo modernismo después de la posmodernidad; o pintar después del conceptualismo, minimalismo, instalación y arte de la performance. Y es específicamente su manera de tratar el espacio en la pintura lo que yo encuentro único y fascinante.
¿Disfruta de estos viajes a conferencias y presentaciones? ¿Le ayudan a reflexionar?
Completamente. Sin estos encuentros con colegas, amigos, artistas e intelectuales en el extranjero, no podría pensar sobre problemas usualmente descriptos con palabras como globalidad o transnacionalismo. No tenemos de lejos suficiente intercambio internacional y cooperación en los mundos académicos e intelectuales. La actual crisis económica hace por supuesto las cosas peores.
¿Puede investigar o problematizar el tema de la memoria sin involucrarse personalmente o sin asumir una posición política?
Mi trabajo sobre la memoria ha estado siempre profundamente comprometido, tanto afectiva como políticamente con el problema de cómo lidiar con el pasado. Para un alemán de la primera generación de la posguerra con experiencias formativas en los sesenta era casi inevitable. Pero entonces, viviendo en EE.UU., me convertí en algo así como un observador externo de los asuntos alemanes, una posición que me ayuda a ver el caso alemán en constelaciones mundiales más amplias.
¿Cómo es hablar sobre la obra de un artista en presencia de ese artista?
Podré decir más sobre ello después de mi charla en el Malba con Guillermo.
Sunday, May 09, 2010
ELPAIS.com >Sociedad >Domingo
REPORTAJE: MEMORIA HISTÓRICA
Soldado, preso, guerrillero
Esta semana se han cumplido 65 años de la liberación del campo nazi de Mauthausen. Uno de los supervivientes, el español Domingo Félez, rememora este hecho y lo enmarca en su largo trayecto personal de combatiente, iniciado en la Guerra Civil y terminado en la guerrilla venezolana a finales de los años sesenta. Félez habla en Venezuela, donde vive
LAURA S. LERET 09/05/2010
Aquel fatídico verano de 1936, el aragonés Domingo Félez tenía 15 años y combatía como miliciano por la República. Ingresó en la 131 Brigada. Conquistó varias posiciones militares "a pura granada de mano" y ascendió a sargento a los 17 años. Ahora rememora su vida en su casa de La Victoria, la ciudad a 100 kilómetros de Caracas donde reside, con 89 años de edad.
Fue prisionero del Ejército de Estados Unidos y, también, de la policía venezolana en la época de la guerrilla
Tras la Guerra Civil se refugió en Francia. Padeció las condiciones infrahumanas de los campos de concentración franceses. Le reclutaron para construir fortificaciones: "era un trabajo de esclavo". Tras la invasión alemana, los españoles cayeron presos con la tropa francesa. Formados en columnas, caminaron hasta Estrasburgo y les confinaron en unos terrenos donde "el aseo era una zanja". En diciembre de 1940, en un convoy de españoles, fue trasladado al campo de concentración nazi de Mauthausen, en Austria, calificado como "grado tres", donde internaban a los irrecuperables.
"Recibí un uniforme a rayas y el triángulo azul de apátrida con la S de spanier. Mi número, el 4.779. Me afeitaron el vello del cuerpo, a todos con la misma hojilla, uno se agachaba y le metían la navaja entre las nalgas. Los piojos me causaron una infección que originó mi traslado al campo anexo de Gusen. Un día, mientras colocaba ladrillos para construir la cocina, conseguí un pote de grasa, me la unté sobre los piojos y me curé".
"Trabajé en las canteras, en la construcción de los rieles, fui barbero de la barraca. Sobreviví a la epidemia de tifus de 1941. En Mauthausen no entraba nadie que no fuera para morirse. El trabajo y la comida estaban hechos para vivir un año; los supervivientes les pueden ir con cuentos a otros, pero a mí ¡no! Fuimos barberos, herreros, pintores, enfermeros, albañiles, hombres de limpieza; frío y hielo; cuando sobraba de la caldera, nos daban medio plato más de nabos, de hueso de caballo con concha de papa".
"Me pasaron en 1943 a Viena, con un comando de presos para hacer fortines antiaéreos en una fábrica alemana de motores de aviones de caza. Allí, no te pegaban tanto".
"Los nazis iniciaron su retirada en abril de 1945. Nos arrastraron con ellos a Mauthausen, caminamos unos 180 kilómetros. Al que no podía andar y se sentaba a la orilla, le pegaban un tiro. Uno iba caminando y escuchaba ¡pam! y al rato otra vez, ¡pam! A la tarde mataban a un caballo, le caíamos con cuchillo y lo comíamos crudo".
El 5 de mayo de 1945, el Ejército de Estados Unidos ocupó oficialmente el campo de Mauthausen. Había euforia y también caos. Cuatro españoles, entre los que se encontraba Domingo Félez, en vez de ser liberados fueron apresados.
"A los tres días de la liberación del campo, unos hombres me detuvieron, me hablaron en alemán, alguien me denunció, nunca supe quién fue. Fuerzas de Estados Unidos nos detuvieron y nos llevaron junto con los nazis al campo de concentración de Dachau, cerca de Múnich. Los otros españoles acusados fueron Indalecio González, Laureano Navas y Moisés Fernández. Un fiscal militar de Estados Unidos me llamó un par de veces a declarar, yo me reí y contesté que todo era un embuste. En enero, febrero y marzo de 1945 yo no estaba en Mauthausen, sino a 180 kilómetros en la fábrica de aviones, ¿cómo iba yo a llevar gente a la cámara de gas? Porque esa fue la acusación".
"No hubo pruebas para sentenciarme. Después de dos años, fui puesto en libertad en julio de 1947. A González lo ahorcaron en Dachau. Navas fue condenado a cadena perpetua y Fernández, a 20 años de prisión".
Joseph Halow en su libro Innocent at Dachau (1992) relata que los testigos recibieron honorarios por sus servicios y no hubo un traductor profesional del castellano. Al respecto, Eve Hawkins, oficial estadounidense, escribió al Washington Post: "(...) La raza suprema (alemanes) tenía derecho a una asesoría legal y a traductores competentes, pero los españoles, los no beligerantes, los nacionales de un país no enemigo, los involucrados inocentes, uno podría decir que a nadie le importó un bledo". A estos veteranos de la Guerra Civil, prisioneros en el campo de Mauthausen, se les juzgó en Dachau como si fueran criminales de guerra.
Domingo Félez consiguió embarcarse hacia Venezuela con un pasaporte de la Organización Internacional de Refugiados. Desempeñó varios trabajos, conoció a una hermosa trigueña con quien se casó y tuvo tres hijos. Pero en su interior le ardía la sangre. Desilusionado con el Gobierno de Rómulo Betancourt, consternado por las desapariciones de varios amigos del Partido Comunista, Félez se unió al movimiento guerrillero de los años sesenta.
"Subí a las montañas. La primera incursión duró poco, pero lo suficiente para ser delatado y apresado en mi casa. Recibí palo de las policías políticas. Fui trasladado al castillo de Puerto Cabello, donde me tomó por sorpresa la rebelión militar contra el gobierno. Uno de los capitanes golpistas, que hasta ese día había sido nuestro carcelero, nos abrió las puertas del calabozo, nos repartió fusiles. Yo fui destinado a combatir en una institución de enseñanza secundaria. Cuando vi que la causa estaba perdida, conseguí refugiarme en el portal de una casa; un desconocido me tiró del brazo, me llevó para adentro y me salvó la vida".
Félez logró evadirse y refugiarse en Caracas. Por su experiencia en la Guerra Civil española lo buscaron para llevarlo a la selva de Monagas. "En 1965, mi esposa y mis hijos necesitaban de mí, bajé de la montaña". La ley de amnistía le permitió salir de la clandestinidad en 1969. Después de 33 años de lucha volvió a una vida normal.
Fue barbero otra vez, fundó una empresa de jardinería. La edad ha deteriorado su vista, sus pasos son lentos, pero su memoria se mantiene impecable.
Saturday, May 01, 2010
El historiador y la tradición
Revista Ñ, 28 de abril, 2010
Para Tulio Halperín Donghi, el origen de la Revolución de Mayo se halla en la reacción a las Invasiones Inglesas. En esta entrevista, también se refiere al estado de la historiografía argentina.
Revista Ñ, 28 de abril, 2010
Para Tulio Halperín Donghi, el origen de la Revolución de Mayo se halla en la reacción a las Invasiones Inglesas. En esta entrevista, también se refiere al estado de la historiografía argentina.
Por: Alejandra R. Ballester y Héctor Pavón
Arrojado al mundo académico extranjero por la dictadura de Onganía en 1966, Tulio Halperín Donghi construyó su propio espacio de la Historia lejos de la barbarie que tuvo como epicentro a La noche de los bastones largos. Aterrizó primero en Oxford, y a partir de 1972 enseña en Berkeley y desde allí proyectó su trabajo como historiador argentino. Aunque sus principales obras las escribió en bibliotecas norteamericanas, es uno de los más importantes historiadores argentinos. En esta entrevista, que respondió por e-mail, se refiere a hechos y personajes de la Revolución de Mayo. También traza un diagnóstico de la investigación histórica en la Argentina.
-¿Cuándo arranca el proceso revolucionario de Mayo, con qué hechos? Usted ha señalado la importancia de las milicias urbanas en el proceso revolucionario, ¿cómo surgieron y por qué son clave en este proceso?
-Cuándo comienza un proceso como el que desembocó en los sucesos ocurridos en Buenos Aires entre el 17 y el 25 de mayo de 1810 depende de la visión que tenga quien los estudia y del desenvolvimiento de los procesos históricos. Para Mitre, que tanto en cuanto al pasado como al futuro prefería las perspectivas largas, el proceso comenzó cuando el primer europeo pisó las costas del Río de la Plata. Aun para otros menos atraídos por las preguntas que pretende responder la filosofía de la historia, la respuesta depende del rasgo del contexto, en que esos sucesos se desenvolvieron, que más les han interesado. Si ven en esos sucesos el capítulo rioplatense de la reacción de la América española al derrumbe de la resistencia contra la invasión francesa en la metrópoli, concluirán que comenzó cuando la noticia de ese derrumbe llegó a Montevideo: los esfuerzos del virrey Cisneros por evitar la difusión de esa noticia sugieren que fue él el primero en verlos en esos términos. Si les interesan, en cambio, las razones por las cuales el foco revolucionario establecido en Buenos Aires fue el único de los que estallaron en 1810 que no fue sofocado por la contraofensiva realista, lo buscarán donde también lo busqué yo, entre muchos otros: en la reacción frente a las Invasiones Inglesas. El contraste entre la ineptitud que desplegaron en la ocasión los funcionarios regios y la eficacia con que las iniciativas espontáneas de sus gobernados disiparon la amenaza británica hizo perder a esos funcionarios mucho de su legitimidad a los ojos de éstos. Pero, sobre todo, las peculiaridades de la movilización militar de la población urbana pusieron a disposición del sector criollo de la elite colonial una fuerza armada pagada con los recursos del fisco regio y localmente demasiado poderosa para pensar en desmovilizarla. Apenas la crisis de la metrópoli distanció a ese sector del que estaba decidido a defender a todo trance el lazo colonial, puso en sus manos una decisiva arma de triunfo. Tal como lamentaba más de un funcionario regio, el tesoro virreinal no podía enviar socorros a la España resistente porque se desangraba sosteniendo una fuerza armada que era ya la de una facción con cuya lealtad no podía contar en absoluto.
-Al poderío militar se suma el económico...
-Como suele ocurrir en el trabajo del historiador, al elegir una respuesta uno elige, ya sin saberlo, las nuevas preguntas que ella va a suscitar. En mi caso, me llevó a vincular esa peculiaridad del proceso porteño con la implantación, al crearse el Virreinato, de un gran centro militar, administrativo, judicial, eclesiástico y mercantil que cada año inyectaba un millón y medio de pesos del tesoro regio en las escasamente pobladas llanuras de la región pampeana y el litoral. Allí, las exportaciones pocas veces superaban el millón por año, lo que permite entender mejor el papel central que el control de esos recursos tuvo en el conflicto que alcanzó su punto resolutivo en aquellos días de mayo.
-La participación popular en los sucesos de Mayo ha sido largamente discutida. En un extremo se sostiene que fue una revolución patricia sin contenido democrático. Otros analizan formas de movilización y participación política existentes en la época. ¿Cuál es su postura al respecto?
-Esas conclusiones dependen tanto de los aspectos de esos sucesos que interesaron al historiador como de los supuestos que éste llevó a su examen. Entre los que ven en ellos una revolución patricia sin contenido democrático hubo quienes, como Roberto Marfany, reconocieron en esos sucesos la obra de un ejército alineado tras de sus mandos naturales, cuya misión histórica seguía siendo en el presente guiar los avances de la nación surgida de su acción en esas jornadas, pero hubo también quienes consideraban que la entonces conocida como Gran Revolución Socialista de Octubre marcaba el destino hacia el que se encaminaba la entera historia universal, y comenzaban a dudar de que –como antes había creído firmemente Aníbal Ponce– la de Mayo hubiera puesto a la Argentina en camino hacia esa meta. Por mi parte, confieso que me interesé menos en esos planteos que llegaban a la misma conclusión partiendo de premisas opuestas que en las peculiaridades más específicas de la movilización política que acompañó a esos sucesos.
-En relación con los protagonistas de los días de Mayo, como Cornelio Saavedra, Juan José Castelli, Juan José Paso, Manuel Belgrano, Mariano Moreno, ¿cree que la Historia ha sido injusta con alguno de ellos?
-Confieso que no ambicioné constituirme en el oráculo por cuya boca la Historia (con mayúscula) hiciera adecuada justicia a cada una de esas figuras, sino entender un poco mejor el proceso en que todos ellos habían participado. Esto hace que, frente a Cornelio Saavedra, me interese menos en coincidir o no con su futuro adversario y víctima Manuel Belgrano, quien en esas jornadas desplegó una deslumbrante destreza táctica sin la cual no se hubiera alcanzado el desenlace positivo que efectivamente vino a coronarlas, que en adquirir una imagen más precisa de lo que hizo que, apenas el coronel Saavedra informara al virrey Cisneros que no estaba en condiciones de garantizar que las tropas bajo su mando podrían contener con éxito a la muchedumbre que, como preveía, se preparaba a protestar contra la composición de la Junta designada el 22 de mayo, éste se apresurara a renunciar al cargo de Presidente. Y esto hace que frente a la figura de Moreno me interesase más en explorar las razones que hicieron de su actuación en esos días el punto de llegada de una trayectoria que hasta poco antes no era claro que se orientara en esa dirección, y en lo que esa trayectoria individual pudiera sugerir acerca de las ambigüedades del proceso colectivo del que fue parte, que en averiguar si esa actuación contribuye o no a asegurar para Moreno un lugar eminente en el cuadro de honor de los héroes de esas jornadas.
-Yendo al escenario actual, ¿cómo evalúa los avances de la investigación histórica en la Argentina?
-Creo que lo que hemos vivido desde hace ya décadas en la Argentina es la plena profesionalización de la tarea de investigación histórica en un marco institucional creado a partir de 1955. Este marco fue consolidado con propósitos muy distintos por los regímenes militares de 1966-73 y de 1976-83 y devuelto a su propósito primero a partir de esa última fecha, en una tarea en la que tuvieron un papel central no sólo el Departamento de Historia de la UBA, que en rigor retomaba un proyecto interrumpido en 1966, sino también los de universidades del interior que la encaraban por primera vez. Todo eso se reflejó en un mayor rigor en las exigencias metodológicas y un mayor dominio de la problemática en los distintos campos temáticos, apoyada en una relación cada vez menos distante con los avances del trabajo histórico fuera de la Argentina. Esto ha permitido a algunos de nuestros historiadores participar de modo muy creativo en el esfuerzo para buscar enfoques y criterios de análisis adecuados para abordar las preguntas que, acerca del pasado, les propone un tiempo presente marcado por trasformaciones muy profundas en un marco de extrema incertidumbre.
-¿Y cuál es la situación de la historiografía argentina en el escenario global?
-La historiografía argentina ha alcanzado al abrirse el siglo XXI el objetivo fijado para ella por la Nueva Escuela Histórica. Quienes la sirven son integrantes de una comunidad de estudiosos que tanto en el viejo como en los nuevos mundos tienen a su cargo fijar el rumbo de nuestra disciplina. Pero eso, que no podría ser más positivo, la obliga a confrontar los problemas que los avances de la profesionalización plantean aquí como en todas partes. Esa profesionalización impulsa la expansión constante de un aparato institucional cada vez más complejo, que incluye, en nuestro caso, a las universidades que ofrecen el ámbito primario para el trabajo de los historiadores, desde el Conicet y la Agencia de Promoción Científica hasta las fundaciones e instituciones internacionales de las que provienen los recursos que sostienen los nexos de esa comunidad más amplia.
-¿Cuáles son los problemas de los avances de la profesionalización?
-En todas esas instituciones, en mayor o menor medida, se hacen sentir los efectos de la ley de hierro de la oligarquía, anticipada por Robert Michels en su análisis de los partidos socialdemócratas de comienzos de siglo XX que, llevada al límite, hace que quienes controlan esas instituciones las usen en su favor más que en provecho de los servidos por ellas. Así se refleja, por ejemplo, en el porcentaje creciente de puntajes asignados tanto por el Conicet, como, muy frecuentemente, por las universidades que reconocen los puntajes obtenidos en tareas de gestion, en detrimento de los de investigación y enseñanza. De este modo se agrava en sus consecuencias cuando, en esta etapa, teóricamente gobernada por criterios meritocráticos, siguen gravitando otros decididamente particularistas que intentan adquirir una espuria objetividad expresándose en cifras numéricas. Pero aun cuando ello no ocurre, la obligación de probar cada año que lo investigado en ese período ha fructificado en presentaciones, simposios y artículos aceptados en publicaciones con referato lleva a menudo a renunciar a proyectos de mayor aliento o en el mejor de los casos significa un serio obstáculo para los esfuerzos por llevarlos a término. Cuando se recuerda todo eso, es a la vez sorprendente y reconfortante descubrir que en cada promoción de estudiantes hay siempre más de uno (o una) que une a su agudeza de mente y rica imaginación histórica la seguridad de que no puede escapar a su destino de hacer historia, y es ésa la mejor razón para esperar que el futuro depare cosas buenas para la historiografía argentina.
-Usted se ha mostrado crítico con respecto a ciertas versiones "neorrevisionistas" de divulgación histórica. ¿Cree que estas lecturas pueden ser un primer paso que luego derive en lecturas más consistentes de la historia o las considera poco útiles?
-Desde luego puede ser lo segundo; antes de que ganara popularidad ese género era usual que el interés por el pasado se despertara en la primera adolescencia a partir de la lectura de una novela histórica de Alejandro Dumas o de Walter Scott, y sólo quienes, aunque no lo sabían, llevaban ya dentro de sí ese interés sentían la necesidad de pasar luego a esas "lecturas más consistentes". Mi problema más serio con el neorrevisionismo no es ése, sino que para hacer más comprensible el pasado lo identifique con el presente. Para poner un ejemplo: con ese método podría presentarse a Cornelio Saavedra como la dirigente jujeña Milagro Sala de las jornadas de mayo. O, habida cuenta de la prodigiosa destreza táctica que le ganó la admiración de Belgrano, podríamos verlo como el precursor, en esas jornadas, de Juan Domingo Perón. O quizá algún retrospectivo militante de la facción morenista podría equiparar su papel con el desempeñado el 4 de junio de 1943 por el general Pedro Pablo Ramírez, ministro de guerra del presidente Castillo. En la reunión de gabinete convocada por Castillo para organizar la resistencia a la revolución que había estallado ese día Ramírez pidió la venia para retirarse invocando su carácter de jefe de esa revolución. Produjo efectos parecidos a los que la advertencia de Saavedra tuvo sobre el virrey: Castillo abandonó toda idea de resistencia tras una breve excursión fluvial en un guardacostas de nuestra Marina de Guerra. Para entonces, ya reemplazado en el cargo por Ramírez, tal como el virrey lo había sido en Mayo de 1810 por Saavedra, se volvió a su casa, igual que sus ministros.
-¿Pueden ser comparaciones con una función didáctica?
Es verdad que comparaciones como éstas pueden ofrecer una primera aproximación a un personaje del pasado que, en otros aspectos no menos importantes, no tenía nada en común ni con Sala, ni con Perón, ni con Ramírez, pero ocurre que ese neorrevisionismo no se limita a usarlas con esa intención pedagógica, sino que proclama descubrir en un supuesto pasado –que es sólo una alegoría del presente– lecciones válidas para ese mismo presente, ignorando que para que la historia del pasado pueda ofrecer esas lecciones necesita ser de veras historia del pasado, mientras que lo que se confecciona de esa manera no lo es en absoluto.
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