Monday, October 27, 2008
Friday, October 24, 2008
Saturday, October 18, 2008
REPORTAJE: OPINIÓN
La necesidad del debate histórico
La libertad de expresión en Europa vive atenazada por leyes bienintencionadas que pretenden condicionar lo que se dice y recuerda sobre los episodios más siniestros de nuestra historia
TIMOTHY GARTON ASH 19/10/2008
Entre los ataques que está sufriendo la libertad en Europa, uno de los menos visibles es la legislación de la memoria. Cada vez más países tienen leyes que dicen que debemos recordar tal o cual hecho histórico de determinada manera, a veces, so pena de procesamiento criminal si no damos con la respuesta acertada. Y la respuesta acertada depende de dónde se esté. En Suiza, a uno pueden procesarle por decir que los horrores que sufrieron los armenios en los últimos años del Imperio otomano no fueron un genocidio. En Turquía, por decir que lo fueron. Lo que en los Alpes es una verdad decretada por el Estado, es una falsedad decretada por el Estado en Anatolia.
Esta semana, un grupo de historiadores y escritores, entre los que me incluyo, ha plantado cara a esta peligrosa tontería. En un escrito llamado Appel de Blois (Llamamiento de Blois) y publicado en Le Monde el pasado fin de semana, sostenemos que, en un país libre, "no es competencia de ninguna autoridad política definir la verdad histórica ni restringir la libertad del historiador mediante sanciones penales". Y nos oponemos a la acumulación de las llamadas leyes de la memoria. Entre los primeros signatarios están historiadores como Eric Hobsbawm, Jacques le Goff y Heinrich August Winkler. Ustedes pueden sumarse enviando un correo electrónico a contact@lph-asso.fr.
No es casualidad que este llamamiento haya nacido en Francia, que tiene la experiencia más intensa y tortuosa de la historia reciente en cuanto a leyes y procesamientos relacionados con la memoria. Al principio no hubo gran controversia: en 1990, una ley declaró punible en dicho país -como en otros países europeos- la negación del Holocausto nazi de los judíos y otros crímenes contra la humanidad definidos por el Tribunal de Nuremberg en 1945. En 1995, el historiador Bernard Lewis fue condenado por un tribunal francés por alegar que, según las pruebas disponibles, lo que sufrieron los armenios quizá no podía calificarse de genocidio, tal como lo definían las leyes internacionales. Otra ley, aprobada en 2001, estableció que la República francesa reconocía la esclavitud como un crimen contra la humanidad y que, como tal, debía ocupar su "lugar correspondiente" en la enseñanza y la investigación. Entonces, un grupo que representaba a varios ciudadanos franceses de ultramar presentó una querella contra el autor de un estudio sobre el tráfico de esclavos en África, Olivier Pétré-Grenouilleau, al que se acusaba de "negar un crimen contra la humanidad". Mientras tanto se aprobó otra ley más, desde un punto de vista muy diferente, que obligaba a que los programas escolares reconociesen el "papel positivo" desempeñado por la presencia francesa en otros países, "especialmente en el norte de África".
Por suerte, al llegar a este punto, una ola de indignación generó un movimiento llamado Libertad para la Historia (lph-asso.fr), dirigido por el historiador francés Pierre Nora, que es también el responsable del Llamamiento de Blois. La demanda contra Pétré-Grenouilleau se desestimó y la cláusula del "papel positivo" quedó revocada. Pero sigue siendo increíble que una propuesta semejante pudiera llegar a figurar en el corpus legal de una de las grandes democracias y uno de los mayores centros de estudios históricos del mundo.
Estas tonterías resultan todavía más peligrosas cuando surgen bajo la careta de la virtud. Un ejemplo perfecto es el reciente intento de imponer límites a la interpretación de la historia en toda la UE con la excusa de "combatir el racismo y la xenofobia". Una propuesta de decisión marco del Consejo de Justicia e Interior de la Unión, presentada por la ministra alemana de Justicia, Brigitte Zypries, sugiere que, en todos los Estados miembros de la UE, "aprobar, negar o trivializar burda y públicamente los crímenes de genocidio, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra" sea "punible con penas legales de hasta, por lo menos, entre uno y tres años de prisión".
¿Quién decidirá qué acontecimientos históricos constituyen genocidio, crímenes contra la humanidad o crímenes de guerra, y qué es "trivializarlos burdamente"? Las leyes humanitarias internacionales apuntan ciertos criterios, pero qué hechos los cumplen exactamente es, muchas veces, materia de enconadas disputas. La única forma segura de garantizar que se dé el mismo tratamiento en toda la UE sería que ésta acordara una lista -llamémosla la lista de Zypries- de horrores que cumplen los requisitos. Podemos imaginar las negociaciones a puerta cerrada en Bruselas (el funcionario polaco que le dice a su homólogo francés: "Vale, os concedemos el genocidio armenio si vosotros nos dais la hambruna en Ucrania"). Gogol.
Como varios países con una sólida tradición de libertad de expresión, entre ellos Reino Unido, se opusieron al borrador inicial de Zypries, la propuesta actual ha añadido que "los Estados miembros podrán decidir castigar sólo las conductas que tengan probabilidades de alterar el orden público o que sean amenazadoras, abusivas o insultantes". Es decir, en la práctica, cada país seguirá haciendo las cosas a su manera.
A pesar de sus múltiples defectos, esta decisión marco superó la votación en el Parlamento Europeo en noviembre de 2007, pero todavía no ha vuelto al Consejo de Justicia e Interior para su aprobación definitiva. Envié al representante correspondiente de la actual presidencia francesa de la UE un correo electrónico en el que le preguntaba la razón, y acabo de recibir esta críptica, pero prometedora respuesta: "La DM sobre Racismo y xenofobia no está lista para su aprobación, sino que está en suspenso, pendiente de algunas reservas parlamentarias". Merci, madame liberté: con esto llegamos a fin de año. Luego, que la presidencia checa, que se hará cargo de la UE durante el primer semestre del año próximo, la elimine del todo, con una dosis del sentido común del buen soldado Svejk para la historia.
Que quede clara mi postura. Creo que es muy importante que las naciones, los Estados, los pueblos y otros grupos (para no hablar de los individuos) asuman de forma solemne y pública las barbaridades que han cometido o se han cometido en su nombre. El momento en el que el dirigente germano-occidental Willy Brandt cayó de rodillas y en silencio en Varsovia, ante un monumento a las víctimas y los héroes del gueto, es, para mí, una de las imágenes más nobles de la historia de la Europa de posguerra. Para que la gente asuma esas cosas, antes tiene que conocerlas. Así que es preciso enseñar esos temas en las escuelas y hacer conmemoraciones públicas. Ahora bien, antes de enseñarlos hay que investigar sobre ellos. Hay que descubrir pruebas, comprobarlas y pasarlas por el tamiz, así como someterlas a diversas interpretaciones posibles.
Ese proceso de investigación histórica es el que necesita una libertad total, sólo restringida por unas leyes muy precisas contra la calumnia y la difamación, elaboradas para proteger a las personas vivas, pero no a los Gobiernos, los Estados, ni el orgullo nacional (como ocurre con el tristemente famoso artículo 301 del Código Penal turco). Para un historiador, el equivalente a un experimento de ciencias naturales consiste en cotejar las pruebas con todas las hipótesis posibles, por extremas que sean, y después presentar la interpretación que le parezca más convincente a las críticas de sus colegas profesionales y al debate público. Ésa es la forma de acercarnos lo más posible a la verdad sobre el pasado.
Por ejemplo, ¿cómo refutamos la absurda teoría de la conspiración, que, al parecer, todavía tiene adeptos en partes del mundo árabe, de que los judíos fueron los responsables de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York? ¿Prohibiendo que se diga, bajo pena de cárcel? No. Una teoría se refuta refutándola. Es decir, reuniendo todas las pruebas existentes y sometiéndola a un debate libre y abierto. No sólo es la mejor forma de discernir los hechos; es también, en definitiva, la mejor forma de combatir el racismo y la xenofobia. Así, pues, ayúdennos, por favor, a deshacernos del Estado niñera y su policía de la memoria. -
CRÍTICA
Jacques Vergès, defensor legal del horror ilegal
CARLOS BOYERO 17/10/2008
Se llama Jacques Vergès. Su imagen, su comportamiento, lo que ha hecho y lo que pudo hacer, sus transparencias y sus enigmas, su militancia y sus trapicheos, sus luces y sus tinieblas, representan para mucha gente al diablo en la Tierra y al rastrear su probable edad descubres que como mínimo ha establecido algún pacto fáustico, ya que forzosamente debe de tener más de ochenta años, aunque por su apariencia física y mental no le calcules más de sesenta. Fuma puros con gesto de bon vivant, habla con tono pausado, le apasionan los manjares, el burdeos añejo y las mujeres, parece encantado consigo mismo, maneja inmejorablemente el sarcasmo, la provocación, el desprecio y el cinismo, es un virtuoso en dialéctica incendiaria y en estratégicos silencios, desprende seguridad y un aroma entre cardenalicio y maquiavélico. Calla mucho más de lo que dice, miente con desarmante aplomo. Da mucho miedo este pulcro y cultivado señor. El adjetivo "inquietante" adquiere pleno sentido con un personaje como él.
El cine de ficción de Barbet Schroeder siempre se ha sentido fascinado por la ambigüedad del mal. También utilizó el documental para retratar al excéntrico y monstruoso dictador Idi Amín Dadá. Es muy coherente que se haya acercado a una personalidad abarrotada de claroscuros, difícilmente etiquetable como la de Vergès, alguien que siempre ha estado asociado al derramamiento de sangre, aunque él confiese con sibarítica sorna que su única herida de guerra se la provocó la apertura de una ostra. También asegura que le hubiera encantado asumir la defensa de Hitler, e incluso de Bush, a condición de que se declararan culpables.
Vergés es el desasosegante protagonista de El abogado del terror, un documental muy largo que se te hace corto, un repaso escalofriante a 50 años de terrorismo, a la certidumbre de que los bombazos selectivos o indiscriminados, contra peces gordos o contra la población civil, son el elemento más sólido para lograr tus objetivos políticos. Vergès tiene claro, como cualquier ciudadano del mundo que sea mínimamente lúcido, que existe un intocable, pavoroso y legitimado terrorismo de Estado. Pero según sus convicciones, al colonialismo sólo se le puede combatir con la violencia revolucionaria. Y si pillan al terrorista, ahí está él para defenderle jurídicamente, para utilizar todas las fisuras legales y la pretendida civilización de los sistemas democráticos y darle la vuelta a los juicios demostrando que son mucho más culpables los acusadores que los acusados, dándole habilidosamente la vuelta a la siniestra tortilla.
Con este hombre hay numerosas certezas e infinitas sospechas. Se sabe que fue el abogado de Djanila Bouhired, la condenada a muerte que simbolizó la lucha de Argel contra el colonialismo francés, de los fedayín, de la Baader Meinhoff, de Carlos El Chacal, del terrorismo iraní propiciado por el fundamentalista Jomeini, del posteriormente asesinado presidente del Congo Moises Tshombé. Pero el misterioso y sinuoso Vergès borra todas sus huellas y desaparece del mundo durante ocho años. ¿Qué ocurrió entonces; a qué renovada historia de la infamia asesoró; por qué alguien tan exhibicionista se borra de la escena pública y de esos medios de comunicación que tan inmejorablemente utiliza? Él hace mutis. Sus biógrafos más fiables aseguran que su destino fue Camboya, que no fue ajeno a la barbarie de los jemeres rojos, que al igual que Mao, el genocida Pol Pot también contaba con la admiración intelectual e incondicional de Vergès.
Cuenta su mejor amigo que jamás podría imaginar al ilustrado y refinado Vergès como un karateka suicida, aunque no le extrañaría que apretara el botón de un detonador si se le presenta una cómoda ocasión. Siempre estuvo asociado a los movimientos de izquierda de lucha armada, pero tampoco desdeñó tomar la defensa del viejo y capturado nazi Klaus Barbie. Cuenta Vergès con satisfacción y orgullo que en ese juicio él estaba sólo frente a los 39 ineptos abogados que pretendían crucificar al monstruo en nombre de la dignidad humana, que consiguió transformar el juicio al nazi en un juicio contra Francia.
Dicen que Vergès, hijo de una vietnamita y de diplomático francés, y criado en la isla de Reunión, siempre se ha sentido en guerra contra los imperialismos. Es un argumento simplista. Lo que resulta claro es que lo sabe todo de las cloacas que comparten los subversivos y los legalistas, que los conceptos del bien y del mal pueden ser intercambiables, que la turbiedad es el motor de la política. Y piensas en la impresionante novela que podría construir alrededor de este personaje un John Le Carré en estado de gracia.
Una vida azarosa
- Jacques Vergès nace el 5 de marzo de 1925 en Ubon Ratchathani (Tailandia).
- Tras la II Guerra Mundial, estudia Leyes en París y preside la Asociación de Estudiantes de las Colonias. Conoce a Pol Pot.
- En los años cincuenta apoya la lucha armada en Argelia y defiende a Djamila Bouhired, acusada de poner una bomba en un café. Se casará con ella.
- Entre sus defendidos destacan Klaus Barbie, Carlos 'El Chacal', terroristas palestinos e islámicos iraníes y varios dictadores africanos. Su último defendido famoso fue el viceprimer ministro iraquí Tariq Aziz.
Friday, October 10, 2008
Columnistas
Fragmentos de un catálogo fotográfico sobre la masacre de Putis
[Muestra de fotografías de Domingo Giribaldi, curada por Alberto Huarcaya, en el Centro de la Imagen, desde el próximo cuatro de noviembre]
José Pablo Baráybar
Los vivos, los que están, los que no se fueron, los recuerdan y los mantienen en este lado del mundo, el mundo de todos los días. Los piensan, les hablan, les cuentan sus penas; la de la madre angustiada por no saber, la del hermano menor que no tuvo al mayor para defenderlo, la de la hermana a la que nunca pudo cuidar ni celar. Entre ellos se entienden, murmuran cosas jamás escuchadas, códigos desconocidos para nosotros. Acarician sus ropas, las que algún día hicieron, lavaron y plancharon. Sus hilos les susurran cosas al oído, las hebras, la trama, la urdimbre, los puntos y las costuras. Sus colores son siempre intensos, ni el invierno implacable ha podido reducirlos a manchas de tierra. Los vivos, los que están, traen a sus desaparecidos de regreso, a una sala, a un patio de escuela, a una plaza, a un pedazo de puna gélida.
Víctor Vich
Las ropas han salido a la luz pero ¿qué es lo que continúa oculto? Los pobladores de Putis siguen siendo víctimas del desinterés nacional… ¿Tenemos los peruanos la capacidad de sentirnos interpelados y de cambiar nuestros puntos de vista? ¿Existe en el Perú la voluntad de asumir lo peor de nosotros mismos –lo más degradado de nuestras instituciones– y de reconfigurarnos como comunidad nacional? Cada vez que un nuevo presidente de la república, un nuevo ministro de defensa o cualquier líder político insiste en negar lo sucedido, los muertos del conflicto armado, los fusilados de Putis, vuelven a morir nuevamente.
Kimberly Theidon
Cuando los forenses exhuman las fosas en Putis, es también el Estado Peruano lo que exhuman. Al recuperar los restos, existe también la posibilidad de recuperar el Estado Peruano después de tantos años de indiferencia ante la gente más marginalizada del país. Existe esta posibilidad en cuanto el Estado finalmente acepte que las Fuerzas Armadas cometieron algo más que "excesos y errores" durante la lucha contrainsurgente: un pequeño zapato los acusa.
Al abrir las fosas en el campo ayacuchano el Estado debería abrir su propia investigación sobre los militares responsables de esos delitos: hacerlo sería un paso más en el largo proceso de democratizar la democracia peruana. Y también sería una respuesta a los muchos campesinos y campesinas quienes todavía están esperando "un poco de justicia". Durante la Audiencia Pública de la CVR en Huanta, Abraham Fernández, de Chaka, concluyó su testimonio con estas palabras: "Tal vez dentro de una generación nuestros hijos serán peruanos".
Mirko Lauer
Thursday, October 02, 2008
En Iscahuaca, Cotaruse, incendiada por el Ejercito en 1989
Ayer estuve en Iscahuaca, adonde fuimos a verificar el relato de su destrucción de parte de miembros del ejército peruano, en 1989, como represalia por el atentado contra un convoy de autoridades civiles y policias que se dirigían a este lugar a constatar la denuncia de dos asesinatos ejecutados por senderistas. En la zona alta llamada "siete vueltas" ocurrió la explosión de una mina contra el vehículo que transportaba policías y civiles. Iscahuaca se encuentra cerca a esta parte de la carretera, y es además zona de paso hacia el campamento minero de Tumire. El ámbito era una zona de interés para SL, que persistentemente incursionaba en el pueblo. La reacción del ejército fue incendiarlo totalmente, obligando a la población a huir para siempre del lugar, y fundar otro asentamiento del mismo nombre al borde de la carretera.
Iscahuaca se encuentra en el camino hacia varios campamentos mineros, el más conocido es el de Tumire. De hecho los senderistas tomaron varias veces estos campamentos, de donde cabe pensar que obtenían dinamita y anfo. Actualmente el pueblo de Iscahuaca se encuentra al borde de la carretera, y es paso obligado hacia las minas.