Luces y sombras de Thorndike
César Hildebrandt
Ha muerto Guillermo Thorndike y en esta hora de hipocresías funerarias hemos tenido que escuchar esos elogios de velorio y esas penas casi obligatorias que acompañan a la florería de ocasión.
Lo peor de una muerte son los discursos y la mayor parte de los discursos son la muerte. Pero en el caso de Thorndike los desmanes apologéticos y la tristeza profesional de algunos locutores suenan especialmente insufribles.
Porque quizá la manera más delicada de asistir al entierro de Thorndike sea guardando un prudente silencio. Un silencio que evoque al gordo amable y al magnífico padre y al indesmayable escritor que fue también Guillermo Thorndike. De otra manera tendríamos que repasar la vida de un hombre extraordinariamente talentoso que hizo todo lo posible para ser recordado no por su talento sino por las debilidades de su carácter y su varias veces demostrada falta de escrúpulos. (sigue)
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